Olga Muñoz Carrasco, "El mundo como anhelo y España como plenitud en el epistolario de César Vallejo"

César Vallejo inicia en el Perú una itinerancia que le llevará desde su Santiago de Chuco natal a París, donde muere, pasando por Trujillo, Lima y Madrid, ciudades fundamentales en que vivió. Este recorrido ilustra el intento continuo ―y fallido― de Vallejo de encontrar una estabilidad económica que le permitiera desarrollar su labor como intelectual y creador. A pesar de no alcanzar esta meta, durante sus últimos años de vida la guerra civil española transformó la desazón acumulada en enérgico y vital impulso a favor de la causa republicana. La contienda de España supuso para Vallejo, en cierto sentido, el logro de una plenitud vital y literaria siempre deseadas. Este artículo busca indagar en las cartas de Vallejo para revelar la topografía tanto de esos anhelos maltrechos como del nuevo sentido otorgado a su creación gracias a la guerra de España.

La emotiva carta que César Vallejo envía a su querido Víctor desde París, el 14 de julio de 1923, constituye uno de los escasos momentos celebratorios que ofrece el epistolario del peruano; supone, además, el primer testimonio conservado desde territorio francés. Unos días antes había notificado a su también hermano Néstor la llegada a España, en una breve misiva fechada en Santander el 11 de julio. Pero en las líneas enviadas desde París, escritas sobre papel con membrete del Hotel Odessa, Vallejo deja traslucir claramente muchas de las expectativas a las que empeñosamente intentará dar respuesta durante los años siguientes, por desgracia sin demasiado éxito. En el conjunto de su correspondencia tendrán continuidad, a veces muy problematizada, algunos núcleos que podemos identificar en estas palabras de sus primeros días en la Ciudad de la Luz: el deslumbramiento por “esta gran capital, que según opinión universal, es lo más bello que Dios ha hecho sobre la tierra”; la añoranza de su familia, por la que “[q]uiero llorar ahora, viéndome aquí, tan lejos de ustedes”; el reconocimiento anticipado de los compatriotas en el “palacio de la Legación del Perú, donde he sido agasajado con un almuerzo” lujosísimo; su intención de volver al hogar, pues “[y]o regresaré a América, Dios lo permita muy pronto”; su preocupación por “cómo va el juicio de agosto”, y su petición de reciprocidad: “Escríbanme siempre. No me olviden” . Un párrafo resume conmovedoramente el umbral desde el que escribe: “Hermanito: jamás soñé cuando era niño, que algún día me vería yo en París, alternando con grandes personajes. Todo me parece que estoy soñando, y me miro y no me reconozco. Tan humildes hemos sido, tan pobres!”.

Para el 15 de marzo de 1938, fecha de la última carta recogida en su Correspondencia completa (2002), muchas de esas aspiraciones iniciales habrían sido dolorosamente truncadas: París iba a mostrar al peruano su rostro más cruel, nunca volvió a encontrarse con su familia ni regresó jamás al Perú, se enrarecieron las relaciones con la diplomacia peruana y el contacto con sus hermanos, al igual que con muchos de sus amigos trujillanos, escaseó a pesar de la insistente demanda de Vallejo. 


El tortuoso devenir de la estancia europea oculta una doble y simultánea itinerancia. En primer término, leyendo el epistolario somos testigos de la progresiva pérdida de confianza en el proyecto que albergara Vallejo cuando se embarcó en el Oroya rumbo a París, ese sueño que simbolizaba “el anhelo más grande que todo hombre culto siente al mirar sobre este globo de tierra”. Gran parte de sus cartas detalla el desmoronamiento de unas ilusiones que, siquiera al principio, se restituyen una y otra vez con el aliento de cualquier proyecto en el horizonte, fuera este un viaje, una publicación o la salida de una revista, entre otras variadas empresas que tenazmente acometió. Poco a poco, no obstante, el reiterado fracaso de uno y otro intento a la hora de alcanzar una relativa estabilidad económica va mermando la fe del peruano, y este proceso ocupa gran parte de las cartas a las que actualmente tenemos acceso. Pero, por otro lado, al mismo tiempo y de manera sutil, Vallejo va recorriendo las etapas de una evolución ideológica y personal que lo deja en disposición de acoger enteramente el episodio decisivo de sus últimos años: la guerra civil española, acontecimiento inesperado que vino a trazar unas nuevas coordenadas vitales para el exiguo tiempo que le quedaba por delante. El conflicto español iba a funcionar alquímicamente en el peruano, que en pocas
semanas vio transformarse tanta desazón acumulada en enérgico y vital impulso a favor de la causa republicana. La guerra supuso así para Vallejo, hasta cierto punto, el hallazgo al fin de esa piedra filosofal que permitía la trasmutación de todos sus metales en oro, el cumplimiento de una promesa y de una plenitud siempre preteridas durante sus agrios años parisinos. Este artículo busca indagar en la correspondencia de Vallejo para revelar la topografía tanto de esos anhelos maltrechos como del nuevo sentido otorgado a su creación gracias a la guerra de España.

Para seguir leyendo, véase el artículo en Revista Letral, Nº. 27, 2021.


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