Jesús Cano Reyes, "Un melómano en la guerra: Alejo Carpentier, corresponsal de la Guerra Civil Española".


Se ofrece a continuación un fragmento del artículo de Jesús Cano Reyes sobre el reportaje de Alejo Carpentier sobre la Guerra Civil Española y el Congreso de Escritores Antifascistas, publicado en la revista Estudios Filológicos de la Universidad Austral de Chile, en Valdivia (nº. 62, 2018, pp. 129-150).

España es un motivo reincidente en la escritura de Alejo Carpentier, tanto en su obra  literaria  como  en  la  periodística.  Instalado  en  París  desde  1928,  el  cubano  viaja  a  España en varias ocasiones: en Madrid publica su primera novela Écue-Yamba-O en 1933, y regresa al año siguiente para asistir al estreno de Yerma, de Federico García Lorca. Estos viajes  iniciales  han  de  inspirar  textos  como,  por  ejemplo,  las  “Crónicas  de  un  viaje  sin  historia” (tres crónicas publicadas en la revista cubana Carteles en enero y febrero de 1934) o “Bajo el signo de la Cibeles” (aparecida también en Carteles en septiembre de 1934).


Durante la guerra, Carpentier regresa a España una vez más, en esta ocasión para asistir en julio de 1937 al Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (conocido como el Congreso de Escritores Antifascistas); sería su quinto viaje en este período (Buscaglia 2004: 24). Más allá del contexto estrictamente español, conviene matizar el momento histórico y político en el que se celebra el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura de 1937, así como su antecedente parisino de 1935. Manuel Aznar Soler ha estudiado detenidamente ambos congresos como el fruto de la  política  de  Frente  Popular  adoptada  por  la  Komintern  en  Moscú  en  1935.  Una  de  las  estrategias nucleares de esta política, liderada por Willi Münzerberg, es la promoción de los congresos internacionales –lo que conlleva el reclutamiento de escritores y artistas– como parte de la lucha contra el fascismo (Aznar Soler 1987: 15-20).

Carpentier llega a Barcelona a últimas horas de la tarde del día 3, en un grupo que incluye a André Malraux, Claude Aveline, Niccola Potenza, Stephen Spender, Pablo Neruda, Octavio Paz, Carlos Pellicer y los también cubanos Juan Marinello, Nicolás Guillén y Félix Pita Rodríguez (Schneider 1978: 55-56). Después de recorrer Valencia, Madrid, Valencia de nuevo y Barcelona, Carpentier debe de formar parte de la delegación de escritores que cruza la frontera de Port Bou a Cerbère la noche del 13 de julio, cumpliendo así diez días de viaje por la España en guerra. El resultado de esta incursión en el país es el reportaje “España  bajo  las  bombas”,  que  se  publica  en  la  revista  Carteles  en  cuatro  entregas  entre  septiembre y octubre de 1937. 

Es necesario tener en cuenta que Carpentier no es un corresponsal al uso, puesto que no puede reconocerse en él el prototipo de enviado especial que parte en un viaje de ida y vuelta y desde su destino temporal escribe y envía los textos para su publicación en el país de origen. En primer lugar, Carpentier reside en un tercer país, Francia, al margen de  la  ruta  que  une  a  España  y  Cuba.  En  segundo  lugar,  Carpentier  escribe  su  reportaje  a  posteriori,  incumpliendo  por  tanto  la  característica  de  la  inmediatez,  que  pretende  el  mínimo  intervalo  entre  los  sucesos  y  su  escritura.  Por  último,  Carpentier  ni  siquiera  declara perseguir la esquiva objetividad que suele formular la mayoría de los periodistas; en lugar de presentarse como un testigo objetivo que informa puntualmente de los hechos sin permitirse la valoración personal, comienza reconociendo que, frente a los sucesos de España,  “nuestra  ‘lógica  del  pensamiento’  se  ha  roto  ante  nuestra  ‘lógica  del  corazón’”  (Carpentier 1979: 134). Aunque justo después declare que se propone llevar “una especie de  cámara  fotográfica  destinada  a  fijar  lugares  y  gentes,  así  como  un  micrófono  para  recoger palabras y sonidos” (Carpentier 1979: 134), la voz narrativa está lejos de funcionar como  una  máquina  registradora.  Al  contrario,  predominan  en  el  texto  las  reflexiones  personales y las anécdotas. Como afirma Gnutzmann, “tratándose de un reportaje sobre el II Congreso, el lector apenas se entera de los eventos ocurridos en él”, pese a lo cual, “(n)o es difícil entender que al gran público cubano en 1937 seguramente no le interesara el  congreso  sino  el  ambiente  de  la  España  en  guerra”  (Gnutzmann  1986:  180).  Desde  luego, el interés sobre los discursos de previsible mensaje y las peripecias de un grupo de intelectuales trasladados de hoteles a auditorios es eclipsado por otras historias de atractivo calado humano. Curiosamente, Carpentier, que ha dejado posteriormente una imagen de avezado  orador,  es  uno  de  los  pocos  que  no  toman  la  palabra  públicamente  durante  las  sesiones del Congreso.

(para leer el artículo completo de Jesús Cano Reyes, véase “Un melómano en la guerra...”)

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