Cynthia Gabbay, "Identidad, género y prácticas anarquistas en las memorias de Micaela Feldman y Etchebéhère"

Se ofrece a continuación un fragmento del artículo de Cynthia Gabbay sobre las memorias de Mika Etchebéhère, oficial argentina del POUM, que se ha publicado recientemente en la revista barcelonesa Forma (nº. 14, 2016, pp. 35-56)

La “performance genérica” de Mika Etchebéhère está dirigida por un discurso controlado en extremo por la voz performativa, evitando el jargón feminista y focalizando la mirada en su práctica social. Su lenguaje evita los discursos feministas contemporáneos. Con esta constatación adhiero a Martha Ackelsberg (Mujeres Libres: El Anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres, 2006) que en su estudio del colectivo Mujeres Libres, del cual Mika Etchebéhère formó parte, anota: “Durante los tres años de la existencia formal de Mujeres Libres y hasta nuestros días, sus miembros se habían consagrado a la emancipación de la mujer sin definirse como ‘feministas’” (25). También el texto de Micaela Feldman expone prácticas y pensamiento feministas pero elude el jargón contemporáneo. Su texto literario estipula sus propios votos para la emancipación, evitando reforzar una hegemonía del lenguaje feminista.
En cuanto a la efectividad del discurso genérico de Mika Etchebéhère, mi argumento consiste en la relación que teje este discurso con el de la práctica anarquista de la protagonista. Considero primordial analizarlo a partir de las prácticas antiautoritarias que el personaje propone en un medio que por definición no lo era.
Emma Goldman, mujer anarquista de biografía contemporánea y similar a la de Micaela Feldman –de familia judía rusa y cultura idish que emigra al “nuevo mundo”–, anota una definición del anarquismo: “[Is] The philosophy of a new social order based on liberty unrestricted by manmade law; the theory that all forms of government rest on violence, and are therefore wrong and harmful, as well as unnecessary” (Anarchism and Other Essays, 1910: 56), y además: “Anarchism, then, really stands for the liberation of the human mind from the dominion of religion; the liberation of the human body from the dominion of property; liberation from the shackles and restraint of government” (68). Ackelsberg (2006) da una definición similar del anarquismo que define a Mujeres Libres:

Las aspiraciones anarquistas son política, social y económicamente igualitarias. Política y socialmente, una sociedad anarquista es una sociedad sin gobierno, sin relaciones jerárquicas institucionalizadas o patrones de autoridad. Los anarquistas afirman que las personas pueden organizarse y asociarse sobre la base de la necesidad, que los individuos o los grupos pequeños pueden iniciar la acción social y que la coordinación política centralizada no sólo es dañina, sino innecesaria. El derecho o autoridad a dirigir o dominar una situación no debería ser inherente a roles u organismos a los que algunas personas tienen un acceso privilegiado o de los que los demás son sistemáticamente excluidos. Por último, los anarquistas están comprometidos con relaciones de no dominación con el medio ambiente y con las personas (48).

De esta definición, quiero rescatar el valor anarquista fundamental que concibe las jerarquías y la dominación de una persona sobre otra como acciones o situaciones fundadas en la violencia.
En el texto autobiográfico, Mika practica los principios libertarios desde una búsqueda experimental. También lo dirá así en la entrevista realizada por Paolo Gobetti (“La rivoluzione al femminile. Donne spagnoli dagli anni ´20 agli anni ´70”, 1988: 56) –escena reproducida por el documental de Pochat y Olivera–, “e comunque non ho mai preso una decisione da sola” (jamás he tomado una decisión sola) [La entrevista filmada se desarrolló en francés. Su transcripción y publicación en el libro del entrevistador se encuentra en italiano y es esta edición la que cito]. En efecto, el texto autobiográfico de Micaela Feldman presenta a Mika como coordinadora, no como comandante. Es la militarización de las milicias la que provoca su nombramiento como capitana. En la dinámica del grupo, su lugar se había definido dentro de la propia naturaleza colectiva. Mika hacía lo que su individualidad particular podía aportar a la lucha común: cuidaba de sus compañerxs, pensaba su situación social, higiénica, alimenticia, pero no tomaba decisiones de orden táctico por sí sola, sino que consultaba con cada unx sus preferencias y deseos. Todo esto sucedía en respuesta a una nueva realidad que ella leía en términos libertarios: “ya nadie escuchaba discursos, porque había nacido la milicia, porque las calles estaban vigiladas por patrullas de trabajadores, […] Porque el pueblo se había olvidado del Gobierno, y organizaba con sus propias manos la tremenda batalla que duró casi tres años” (Mi guerra de España, 2014, 37). Luego dirá: “Todo lo que olía a disciplina militar los sublevaba” (73), por lo tanto, “No se nombra ningún jefe. Todos por igual asumen la responsabilidades” (97). En otro lugar agrega: “Tampoco sé mandar. Mejor dicho, no necesito imponerme, porque los milicianos me tienen confianza. Cuando llega una orden la comunico a la compañía y la cumplimos entre todos” (339). Sus explicaciones libertarias entretienen a los militares hombres que no comprenden cómo relaciones basadas en la confianza pueden simultáneamente abolir jerarquías y regular una guerra.
Mika lucha por el sueño mesiánico de libertad; se diferencia de quienes quieren ajusticiar y vengarse de los franquistas: “El odio no llega a entrar en mí, pero no se lo digo a nadie” (54). Organiza tribunales revolucionarios, se opone a la violencia ensañada e incluso desafía el peligro de violencia contra su propia persona cuando un miliciano amenaza con atentar contra ella. Mika logra restablecer la armonía, sin salir dañada y sin humillar a quien la odia. Es de relevancia también el aspecto internacionalista que Mika quiere rescatar de su historia. En diversos momentos, destaca el valor que se le daba a su condición de extranjera:

– ¿Por qué has venido a luchar aquí con nosotros? –me preguntó un día Ramón.
– Porque soy revolucionaria.
– Pero España no es tu país, no estabas obligada…
– España, Alemania o Francia, el deber del revolucionario lo lleva allí donde los trabajadores se ponen a luchar para acabar con el capitalismo (265).

Además, para Mika, el anarquismo es también una práctica de lenguaje, es la internacional, “el canto revolucionario universal” (391), es el canto individual y el colectivo –véase el coro que organiza para replicar a los franquistas desde la misma trinchera (313-317)–, incluso el canto en comunión con el enemigo a quien no olvida humanizar y con quienes confraterniza en el intercambio de tabaco, cuestión que deviene en la deserción de algunos de sus contrincantes. La protagonista se niega a jerarquizar su lenguaje: “Compañero coronel –es ridículo, pero decir mi coronel no me sale” (306), explica. Mika desarrolla también un metalenguaje y reflexiona con sus compañerxs su lugar en el grupo: “Ustedes están en su derecho de llamarme al orden cuando lo crean necesario” (344) y “yo sigo sosteniendo que aquí todos somos libres. Entre nosotros no hay obediencia, sino una responsabilidad compartida voluntariamente” (345). Mika siempre prefiere poner en duda a quienes dan las órdenes, antes que a sus propixs hermanxs en la lucha. Y no olvida tampoco instalar el anarquismo en su contexto político contemporáneo: “Como buen anarquista, Mateo nunca dice camaradas. Entiende así distinguirse de los comunistas que han introducido esta palabra en el movimiento obrero español” (182), detalle que en su texto Mika respeta a rajatabla, identificándose con la postura de Mateo.
Las memorias de Micaela Feldman funcionan también como herramienta para inscribirse en la historia libertaria, no sólo mediante el relato de sus prácticas anarquistas, sino también al instalarse en el entorno histórico, mencionando su pertenencia al grupo parisino “Que Faire?” (42), su cercana amistad con Marguerite y Alfred Rosmer (85; 152; 202; 223) y con Katia y Kurt Landau (224; 229; 239), figuras marxistas libertarias de relevancia histórica. De Cipriano Mera dirá, aun cuando ha criticado su lenguaje machista, que él fue: “el hombre que encarna para mí el anarquismo intransigente y austero que me llevó a la lucha revolucionaria apenas salida de la niñez” (447). Él mismo le dice: “A ti, el comunismo se te pegó muy por encima. Por dentro sigues siendo anarquista” (448). También analiza la historia reciente mediante una visión anarquista antiautoritaria: “Lo cierto es que un exceso de disciplina impidió a los trabajadores alemanes lanzarse al combate cuando Hitler fue llamado a tomar el poder. Y fue la indisciplina española la que ganó las primeras batallas contra los generales fascistas” (317).
Cynthia Gabbay
Dicho esto, considero que Mi guerra de España es un manifiesto, pero también el cuaderno de bitácora de una anarquista. [...]

(para leer el artículo completo de Cynthia Gabbay, véase “Identidad, género y prácticas anarquistas...”)

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