Cuba y la guerra civil española. La voz de los intelectuales

(Inicio de la introducción "Un resplandor en las tinieblas. La guerra civil española en las letras cubanas", por Niall Binns, Jesús Cano Reyes y Ana Casado Fernández)


Alejo Carpentier contaba que en su última novela, La consagración de la primavera (1978), se propuso incorporar «la vida que ha pasado por mí, es decir, el conjunto de las vidas que han vivido las esperanzas, las tragedias de este siglo con sus revoluciones, con sus guerras de las que he sido testigo: todo lo vivido que ha atravesado mi vida para llegar a la ficción novelesca». Como tantos intelectuales cubanos de su generación, Carpentier vivió en su juventud las luchas contra el dictador Gerardo Machado y, como otros muchos, vivió también la guerra de España. La consagración de la primavera es, en muchos sentidos, una novela de tesis. Comienza con la guerra civil —la revolución fracasada allá en la España republicana, a la que acudieron más de un millar de voluntarios cubanos— y culmina en el acá de Cuba con el triunfo de la Revolución en 1959 y dos años más tarde con la fallida invasión de Bahía de Cochinos. En julio de 1937, el protagonista de la novela, Enrique, fue herido en una pierna en la batalla de Brunete y en el hospital de las Brigadas Internacionales en Benicassim conoció a otro cubano, el músico negro y comunista Gaspar Blanco. Veinticuatro años más tarde, Enrique volvería a ver momentáneamente a Gaspar, encaramado sobre un camión con un fusil semiautomático sobre los muslos, durante la defensa de Playa Girón: «—‘¡Mi hermano!’— me grita el encaramado, sacándose un tabaco de la boca. —‘¡Gaspar!’ —‘¡Sí! ¡Aquí! ¿Y tú?’ —‘¡Aquí!’ —‘Como en Brunete.’ —‘Pero allá la perdimos’. —‘¡Aquí la ganaremos!’ —‘¡Patria o muerte!’ —‘¡Patria o muerte!’ —‘Nos vemos después’ —‘Nos vemos después’ —repite la voz de Gaspar que ya se aleja».

De ningún país de América Latina llegaron tantos voluntarios a la guerra civil como de Cuba; en ninguno, quizá, se viviera el conflicto español con tanta pasión, y en ninguno se ha mantenido tan viva la memoria de esa guerra como en Cuba. En 1975, durante las celebraciones del quincuagésimo aniversario de la fundación del Partido Comunista Cubano, Fidel Castro se refirió a la guerra española con palabras que se convirtieron en ineludibles para cualquier libro sobre el tema publicado en Cuba durante las décadas siguientes:
El movimiento revolucionario internacional concentra su atención en la lucha antifascista. Surge en el año 1936 la guerra civil en España, donde los enemigos de la República son apoyados en la sublevación por Hitler y Mussolini. Se movilizan las Brigadas Internacionales, que allí escribieron una de las más hermosas páginas del internacionalismo proletario. Nuestro pueblo envió casi mil combatientes a luchar en España contra el fascismo. Nunca podremos olvidar que allí dieron su vida generosa hombres del calibre y la dimensión humana de Pablo de la Torriente Brau. Esta es, a nuestro juicio, una de las más nobles y heroicas contribuciones al movimiento revolucionario mundial de nuestro primer Partido comunista, inspirador de esta acción solidaria.
El periodista y narrador Pablo de la Torriente Brau murió, en efecto, en diciembre de 1936, después de haberse alistado un mes antes en el Ejército Popular. Hoy, el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau es uno de los focos culturales más prestigiosos de La Habana. La muerte heroica en el allá de España se recuerda todavía en el acá cubano. Las huellas de la guerra española son, sin embargo, más vastas. La guerra marcó profundamente a los delegados cubanos en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, es decir, el Congreso de Escritores Antifascistas que se celebró en la España republicana en julio de 1937. Nicolás Guillén, antes de viajar, ya había publicado en México España, poema en cuatro angustias y una esperanza (1937), y desde España mandaría a la revista Mediodía memorables crónicas y entrevistas; Alejo Carpentier envió a Carteles una serie de crónicas titulada «España bajo las bombas», y décadas más tarde integró esas vivencias españolas en La consagración de la primavera; entre las numerosas publicaciones de Juan Marinello sobre la guerra, destacan dos folletos de 1937—Cultura de la España republicana y Dos discursos de Juan Marinello al servicio de la causa popular—, el libro Momento español (1939) y, junto con Nicolás Guillén, una recopilación de entrevistas y semblanzas titulada Hombres de la España Leal (1938); Félix Pita Rodríguez, por su parte, escribió artículos sobre el conflicto para el boletín parisino Nuestra España, que él mismo coordinaba, y en su libro autobiográfico de 1985, De sueños y memorias, recordaría el fervor utópico de esos años: la «lección ejemplar» de España, «el resplandor en las tinieblas, la vara de medir». Cada uno de estos intelectuales veía la experiencia española como un momento formativo de su vida, que volvería a cobrar sentido en el acá de la Revolución de 1959, dentro de la cual fueron protagonistas en la nueva conformación del campo intelectual. Otros autores de su generación, que escribieron sobre la guerra civil desde la lejana retaguardia cubana —entre ellos, Mirta Aguirre, Raúl Roa, José Antonio Portuondo y Mariblanca Sabas Alomá— formarían parte, también, de las autoridades culturales de la Revolución. Conviene, eso sí, señalar que hubo otros, como Lino Novás Calvo y Carlos Montenegro —narradores y corresponsales de guerra en la España republicana— o bien Emma Pérez, Teresa Teté Casuso y Gastón Baquero —simpatizantes de la República Española desde la isla— que serían desde el inicio o se convertirían muy pronto en opositores a la Revolución de 1959, y quedarían durante décadas borrados de la historia oficial de la literatura cubana. 

Con este protagonismo tan notorio de la guerra española en la vida y obra de intelectuales cubanos de los años treinta, no sorprende que hasta un poeta nacido en esa década, Roberto Fernández Retamar, haya llegado a sentirla como suya. En «España otra vez, siempre», publicado en Buena suerte viviendo (1967), recordaría que «en casa me enseñaron a decir / Viva la República, y otras cosas hermosas», y que le contaron historias sobre la guerra: «los aviones sobre la ciudad, / aquel domingo en que los niños salieron no sé si de la misa, / a señalarlos con la mano, y en que cayeron las bombas, / en la anécdota que yo pedía que me repitieran una y otra vez, / olvidando que antes de ser anécdota, aquello había sido / las cabezas de amigos desbaratadas contra las piedras, la gente chillando». Eran historias que hicieron del conflicto español algo enormemente vivo y apasionante para el poeta-niño: «Yo creo que llegué a pensar / que en esa guerra estuve yo, que de alguna manera / aquella voz me reintegraba a un lugar mío, / y que no me contaba, sino me refrescaba cosas». 

La herencia viva de la guerra española en Cuba se palpa, también, en la extensa bibliografía sobre el tema, que contrasta con el escaso interés que ha despertado en otros países de América Latina.
(...)

Comentarios

  1. Hay que recordar esta identificación cubana con la causa republicana que se inserta en la relación fraternal de nuestros dos países que ni siquiera las dos fases de su Guerra de Independencia pudo romper.Por el contrario,la emigración española a la Perla del Caribe alcanzó sus mayores cotas tras la separación (que fue política,pero no cultural en sentido amplio).Y la identificación de los artistas e intelectuales cubanos con la República agredida por el fascismo internacional es una buena prueba de ese sentimiento fraterno

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