Pocos escritores latinoamericanos han mantenido tan viva la memoria de la guerra civil española que Eduardo Galeano. Como recuerdo y homenaje reproducimos aquí dos breves textos de su libro de 2008, Espejos. Una historia casi universal.
GUERNICA
París, primavera de 1937: Pablo Picasso despierta y lee.
Lee el diario mientras desayuna, en su taller.
El café se le enfría en la taza.
La aviación alemana ha arrasado la ciudad de Guernica. Durante tres horas, los aviones nazis han perseguido y ametrallado al gentío que huía de la ciudad en llamas.
El general Franco asegura que Guernica ha sido incendiada por dinamiteros asturianos y pirómanos vascos enrolados en las filas comunistas.
Dos años después, en Madrid, Wolfram von Richthofen, comandante de las tropas alemanas en España, acompaña a Franco en el palco de la victoria: matando españoles, Hitler ha ensayado su próxima guerra mundial.
Muchos años después, en Nueva York, Colin Powell pronuncia un discurso, en las Naciones Unidas, anunciando la inminente aniquilación de Irak.
Mientras él habla, el fondo de la sala no se ve, Guernica no se ve. La reproducción del cuadro de Picasso, que decora la pared, ha sido completamente cubierta por un enorme paño azul.
Las autoridades de las Naciones Unidas han decidido que ése no es el acompañamiento más adecuado para la proclamación de una nueva carnicería.
EL COMANDANTE QUE VINO DE LEJOS
Brunete, verano de 1937: en plena batalla, un balazo parte el pecho de Oliver Law.
Oliver era negro y rojo y obrero. Desde Chicago, se había venido a pelear por la república española, en las filas de la Brigada Lincoln.
En la brigada, los negros no integran un regimiento aparte. Por primera vez en la historia de los Estados Unidos, blancos y negros están mezclados. Y por primera vez en la historia de los Estados Unidos, soldados blancos han obedecido las órdenes de un comandante negro.
Un comandante raro: cuando Oliver Law daba orden de ataque, no contemplaba a sus hombres con prismáticos, sino que se lanzaba a la pelea antes que ellos.
Pero raros son, al fin y al cabo, todos estos voluntarios de las brigadas internacionales, que no combaten por ganar medallas, ni por conquistar territorios, ni por capturar pozos de petróleo.
A veces, Oliver se preguntaba:
–Si ésta es una guerra entre blancos, y los blancos nos han esclavizado durante siglos, ¿qué hago yo aquí? ¿Qué hago yo, un negro, aquí?
Y se contestaba:
–Hay que barrer a los fascistas.
Y riendo agregaba, como si fuera chiste:
–Algunos de nosotros tendrán que morir haciendo este trabajo.
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