La guerra civil desde la perspectiva de un perro. "La vida por la opinión. Novela del asedio de Madrid", de Valentín de Pedro

Hay varias novelas sobre la guerra civil de autores latinoamericanos que se publicaron en la época del conflicto. En 1936 ya aparecieron en Argentina la novela del uruguayo Elías Castelnuovo, Resurrección. Impresiones de una conciencia libre sobre la epopeya heroica del pueblo español, y en Barcelona (luego en Santiago de Chile y Guayaquil) ¡Madrid! Reportaje novelado de una retaguardia heroica del ecuatoriano Demetrio Aguilera-Malta. La sangre de España. Novela heroica, del mexicano de origen gallego Julio Sesto, es de 1937, y de 1938 Hombres de paz en guerra (memorias de un miliciano) de Manuel Millares Vázquez, que había llegado de Pontevedra a La Habana a los ocho años de edad. José Mancisidor, uno de los delegados mexicanos en el Congreso de Escritores Antifascistas, publicó en 1938 De una madre española, y de ese mismo año es España sangrante del peruano Manuel César de la Guarda. En la primera parte de Saga, una novela del brasileño Erico Verissimo de 1940, el protagonista Vasco Bruno cuenta su experiencia en las Brigadas Internacionales y luego en un campo de concentración. Juan Smith, un argentino de origen irlandés, viaja a España como voluntario en La edad despareja (1938), del uruguayo Enrique Amorim, mientras que Rodolfo, el protagonista de Los centauros (1941) de Enrique Portugal, un aprista de izquierdas exiliado en Buenos Aires, culmina años de lucha y búsqueda espiritual e ideológica viajando también a España para luchar a favor de la República. 

Entre todas estas novelas, la más lograda, a mi juicio, y sin duda la de mayor encanto, es La vida por la opinión. Novela del asedio de Madrid, de Valentín de Pedro, que fue publicada originalmente en Buenos Aires en 1942. Acaba de salir una segunda edición de la novela, en la Biblioteca de Rescate de la editorial Renacimiento, y en estos años en que tantas novelas -la mayoría de ellas tan fácilmente olvidables- siguen escribiéndose y publicándose sobre la guerra civil, es de agradecer el rescate de esta entrañable novela, de raíz testimonial, que no ha caído en el olvido sino que nunca se leyó en España (es el caso también de otras novelas "rescatadas" recientemente, como Los herejes del ex brigadista inglés Humphrey Slater [Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2009] y la fascinante novela de Gustav Regler, comisario político de la XII Brigada Internacional, La gran cruzada  [Madrid, Tabla Rasa, 2012]).

En la apasionada y apasionante introducción a La vida por la opinión de Aníbal Salazar, descubrimos la historia de Juan Valentín de Pedro Antón, tucumano de nacimiento, que viajó a España a los 19 años en 1916 y durante las próximas dos décadas vivió, sobrevivió y malvivió, entre Barcelona y Madrid, "en un plan de bohemia decorosa" (son palabras de Rafael Cansinos Assens), trabajando como periodista, crítico teatral, dramaturgo de cierto éxito y narrador prolífico en colecciones de venta masiva como La Novela Pasional, La Novela Gráfica, La Novela Mundial y La Novela Popular Semanal, pero también en la colección La Novela Roja. Militante anarquista desde sus primeros años en España, durante la época de la guerra civil De Pedro fue redactor jefe de El Sindicalista y del diario C.N.T. y luego, a partir de febrero de 1938, fue director de la Escuela de Capacitación organizada por el Sindicato Único de Espectáculos Públicos en la Sala Ariel del Teatro Alcázar (en la calle de Alcalá de Madrid), donde tuvo entre sus alumnos al todavía adolescente Fernando Fernán Gómez.

La investigación de Aníbal Salazar permite conocer las peripecias de Valentín de Pedro al final de la guerra. Encarcelado en Las Salesas -donde compartió misma celda con el escritor Diego San José-, fue acusado de coordinar en la prensa "una campaña persistente y demoledora contra el G.M.N. [Glorioso Movimiento Nacional]", y aunque se salvó de la pena de muerte fue condenado a treinta años de prisión en la cárcel de Porlier. Resulta fascinante leer, de la mano de Aníbal Salazar, los caminos de buen comportamiento y las intervenciones a su favor que permitieron que De Pedro saliera de la cárcel y regresara a Argentina en 1941.

La vida por la opinión. Conozco pocos títulos tan poco seductores, pero la razón está en el epígrafe de la novela, tomado de El alcalde de Zalamea de Calderón de la Barca:
Capitán. –¿Qué habíais de hacer?
Juan. –Perder la vida por la opinión.
Capitán. –¿Qué opinión tiene un villano?
Juan. –Aquella misma que vos;
                   que no hubiera un capitán
                   si no hubiera un labrador.
El título no seduce, pero la novela sí. Cuenta el impacto de la guerra en la familia de Don Eugenio, un indiano rico que regresó a Madrid desde Argentina a comienzos de la República. La novela se relata desde la perspectiva del perro, Argos, que desde los primeros días -temporalmente y luego para siempre- perdió contacto con la familia y vivió en su propia carne tanto los horrores de la guerra como la embriagante libertad de la revolución, dejando así que los lectores veamos –desde sus ojos perrunos– a idealistas y sanguinarios, a republicanos fieles y falangistas clandestinos, a brigadistas internacionales y a niños convertidos en verdugos. Particularmente sabrosos son el capítulo sobre el idilio de Argos con Linda, una "preciosa lulú" y mascota de una aristócrata, que permite al perro vislumbrar las tensiones entre los grupos de milicianos que aspiran a ocupar la mansión de la "empingorotada duquesa"; y el que habla de su amistad con Karl, un pastor alemán que acompaña a su amo, un brigadista internacional, al frente de Madrid. 

La novela termina con la derrota de la ciudad asediada. Don Eugenio y la familia –cuya hija Isabelita ha muerto asesinada– vuelven a Argentina, mientras que Argos, cada vez más famélico, retorna a su vida callejera, arrastrándose por un Madrid en el que los simpatizantes franquistas empiezan a salir de su clandestinidad. La imagen final de esta novela anticomunista, antifalangista y prorrepublicana, que lamenta los abusos cometidos en nombre del anarquismo pero simpatiza con la bondad humana de los libertarios de verdad (el español es por naturaleza más anarquista que comunista, nos dice), es desoladora. De Pedro, sin embargo, cuenta en su prólogo que fue esa imagen el punto de partida para la novela: 
Pero he aquí que a ese pueblo, que supo enfrentarse con sus enemigos como uno de los mayores héroes de nuestro tiempo, se le dejó morir como a un perro. Quizás por eso, aquel perro que vimos en una calle de Madrid, en los últimos días de su sobrehumana resistencia, muerto de hambre y con el Inri de un cartelito que decía: –‘Rojos, así acabaréis todos’, se incorporó con tanta vida a nuestra imaginación, que su vida acabó saliéndose por los puntos de nuestra pluma. En la galería de condenados a muerte, donde estuvimos cuarenta y dos días, a punto de pagar con la vida nuestra adhesión al pueblo de España, de acuerdo con la justicia que manda hacer el Caudillo, al ver sacar todos los días a los que iban a morir oscuramente y sin gloria por la causa que con tanto ardor –y con cuánto candor a veces– habían defendido, la imagen de aquel perro se presentaba en nuestra memoria como símbolo de los héroes que nadie conoce y que ni aun siquiera se conocen a sí mismos.

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