"Nuevos imaginarios del otro en la relación Latinoamérica-España durante la Guerra Civil Española", por Julia Miranda
En este artículo se analiza el proceso de transformación imaginaria en torno a la figura del otro cultural en la relación entre los intelectuales latinoamericanos y españoles durante la Guerra Civil Española. Esta nueva conformación de imaginarios culturales que en el periodo aparecen ligados a las elecciones políticas se da también como resultado de la historia cultural de esas vinculaciones en el campo de la cultura. Por eso se revisan dos instancias históricas claves en esas figuraciones (en el siglo XIX y principios del XX) y se determinan los factores que incidieron en la nueva imagen de intelectual y sus otros. La idea de un espacio cultural que trasciende las fronteras nacionales y la imagen de Madrid en guerra como polo de religación son centrales para la reconfiguración de la imagen de intelectual.
Representaciones de los intelectuales
Como se sabe, desde el comienzo de los acontecimientos bélicos de España en julio de 1936, la gran mayoría de los intelectuales latinoamericanos tomó posición por la defensa de la República. Sin embargo, se abrieron debates en los distintos campos culturales. El concepto de campo cultural (Bourdieu) resulta operativo pero insuficiente para situar esos debates estético-políticos entre los intelectuales. Partimos desde la perspectiva del movimiento transnacional de los escritores para comprender la reformulación de las relaciones con los intelectuales españoles, que se producía en concordancia con el internacionalismo político. A partir de esta situación se generaron nuevos lazos con España, tanto personales como políticos e institucionales, a raíz de la formación de las asociaciones de intelectuales antifascistas, los comités de ayuda a España y los eventos culturales en favor de la República española. En este sentido, fueron decisivos los recrudecimientos de las discusiones acerca del papel de la literatura y los intelectuales en el espacio social. La tendencia hegemónica que intentaba establecerse se inclinó por la figura del intelectual de acción.
Entendemos que el lazo establecido por el escritor latinoamericano con la acción política durante los días de la Guerra Civil fue fundacional de la imagen de escritor “social y políticamente comprometido” de los años 60 y 70. Es decir, con la guerra española se inició la renovación de las representaciones tradicionales del escritor con preocupaciones cívicas y políticas en Latinoamérica proveyendo de nuevas imágenes, intensamente productivas para el restante siglo XX. El intelectual se definió en función no ya de ser el rector y guía aristocrático del espíritu, sino como un actor que recoge testimonio de lo acontecido al tiempo que acompaña los grandes movimientos sociales y les otorga voz. La imagen de intelectual consolidada en esos días se corresponde con la representación del intelectual propuesta por Edward Said, quien de hecho toma como referencias a artistas de esta guerra como Neruda y Picasso:
A estas tareas terriblemente importantes de representar el sufrimiento colectivo del propio pueblo, dar testimonio de sus afanes, reafirmar su presencia duradera y reforzar su memoria, debe añadirse algo que en mi opinión, sólo un intelectual tiene la obligación de realizar. Después de todo muchos novelistas, pintores y poetas como Manzoni, Picasso o Neruda, han encarnado la experiencia histórica de sus pueblos respectivos en obras estéticas, que a su vez han terminado siendo reconocidas como grandes obras maestras. Al intelectual le incumbe, creo yo, la tarea de universalizar explícitamente la crisis, de darle un alcance humano más amplio a los sufrimientos que haya podido experimentar una nación o una raza particular, de asociar esa experiencia con los sufrimientos de los otros.
En su ensayo “Los intelectuales y el drama de España”, María Zambrano recorre las transformaciones de la imagen del intelectual en las nuevas condiciones históricas marcadas por la guerra. Zambrano plantea que la intelectualidad española antes de la guerra tendía a “vivir en lo abstracto, a aislarse del mundo” y que lo popular de la sociedad española “estaba desde hacía siglos retirado en sí mismo; no había la necesaria comunicación entre el intelectual y ese elemento popular vivificador y orientador”. Pero ahora, con los sucesos de la guerra
el intelectual recordó su oficio […] La soberbia tradicional del intelectual dejó paso a un auténtico deseo de ser útil, de acudir allá donde se pudiese llenar una función. […] la sociedad a la que pertenecíamos estaba en guerra. La inteligencia tenía que ser también combatiente. […] Todavía hay quien se extraña, pero convendría recordarles que en los días del nacimiento de la razón, cuando en Grecia, con maravillosa y fragrante intuición, se quiso representar a la diosa sabiduría, Palas Atenea, se la vistió con casco, lanza y escudo. La razón nació armada, combatiente. Se había olvidado esta razón militante en el mundo moderno […]. Se creía en una verdad ideal, y la razón, ebria de sí misma, se creía invulnerable, absoluta, con lo cual, sin dejar de ser contemplativa, se creía legislar el mundo (cursiva en el original).
En gran medida esta representación del escritor, novedosa en el periodo estudiado, se produce junto con la redefinición de las relaciones culturales históricas entre los intelectuales españoles y latinoamericanos, sostenidas muchas veces sobre una asimétrica otredad. Las condiciones político-culturales de la Guerra Civil Española se presentaron como oportunidad para sortear las pretensiones de dominio de la cultura española sobre las culturas latinoamericanas y poner a prueba la relación de paridad con el otro. Porque como dice Zambrano, cae la soberbia del intelectual, autoimagen labrada por la tradición. Por lo tanto, este no sólo se suma a los acontecimientos populares y traza una relación con lo popular, sino que también redefine sus vinculaciones con los otros intelectuales latinoamericanos.
Por primera vez, especialmente entre los jóvenes escritores de ambas orillas del Atlántico, parecía cumplirse en la contemporaneidad de la guerra un acercamiento cultural con rasgos muy distintos a los tradicionales. Nos referimos a varios de los miembros de la llamada generación española del 27 y a escritores de la nueva literatura latinoamericana como César Vallejo, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Alejo Carpentier. También se plegaron poetas mexicanos, argentinos, uruguayos y posteriormente, algunos años después de perdida la guerra, los brasileños.
Alfonso Reyes |
De este modo, en Latinoamérica se ponían los ojos en la vieja metrópoli desde otro lugar, ya no mirando las todavía vigentes pretensiones de dominio de lo que había sido un imperio en el terreno de la cultura por parte de algunos destacados intelectuales de la generación del 98. Por el contrario, ahora los jóvenes escritores miraban hacia España en función de llevar adelante una reciprocidad política con los escritores republicanos. (...)
Para seguir leyendo, véase el artículo "Nuevos imaginarios del otro...", en la revista LETRAL, nº 10 (junio de 2013), páginas 47-60.
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