(Inicio de la introducción "En el espejo de España. Intelectuales peruanos y la guerra civil española", por Olga Muñoz Carrasco)
A la búsqueda de España
¿Batallas? ¡No! ¡Pasiones! ¡Y
pasiones
precedidas
de dolores con rejas de
esperanzas,
de dolores de pueblos con
esperanzas
de hombres!
César Vallejo
Cuando en los
años cincuenta Mario Vargas Llosa llegó a España con una beca para cursar el
doctorado en Madrid, el país que encontró quedaba lejos
de la imagen que se había forjado desde el Perú. Casi treinta años después, en 1985,
reconocía: “Quienes visitan hoy a Madrid, y se quedan impresionados con su
prosperidad, su semblante de gran urbe, su cosmopolitismo y su intensa vida
cultural, donde todos los experimentos, todas las vanguardias y aun las
extravagancias más desenfrenadas tienen cabida, difícilmente pueden imaginar
esa ciudad provinciana, pacata, asfixiante, de vida cultural caricaturesca, que
yo conocí en 1958” (Contra viento y marea,
p. 13). No en vano el texto al que pertenecen estas líneas se titula “Madrid
cuando era aldea”.
La guerra civil, muchos años después
de terminada, seguía asomando a los ojos de los escritores peruanos que
contemplaban España. César Vallejo ya se había mirado largamente en ese espejo
y había concluido que el mundo entero podía verse reflejado en la tragedia
española. Por eso lanzaba a los niños del mundo su petición de auxilio ante la
hipotética caída de la madre España:
¡Bajad
el aliento, y si
el
antebrazo baja,
si
las férulas suenan, si es la noche,
si
el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si
hay ruido en el sonido de las puertas,
si
tardo,
si
no veis a nadie, si os asustan
los
lápices sin punta, si la madre
España
cae –digo, es un decir–,
salid,
niños del mundo; id a buscarla!...
La
apremiante llamada de Vallejo –“id a buscarla”– señala ese regreso a España que
emprendieron los intelectuales peruanos durante la época de la guerra y aun
muchos años después, como veremos más tarde. Ya en la década de los veinte
había comenzado a anudarse una intensa relación literaria entre el Perú y la
península. Figuras como Felipe Sassone y Manuel Bedoya habían llegado en 1906 y
1913, respectivamente; y más tarde, Pablo Abril de Vivero y su hermano, Xavier
Abril, Armando Bazán, César Falcón, Alberto Guillén, Alberto Hidalgo, José de
la Riva-Agüero, Félix del Valle y, por supuesto, César Vallejo, permanecieron
en España con estancias de duración variable. En algunos casos llegaron para
completar sus estudios o en misión diplomática; en otros, empujados por el
gobierno de Augusto B. Leguía, que con “becas” o ayudas económicas pretendía
mantenerlos alejados del Perú (también viajaron “becados” a Europa, aunque no a
España, Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui). Varios de los
escritores mencionados se convirtieron en reconocidos partícipes de la vida
cultural española, y vivieron de cerca la agitada situación política que en los
años treinta desembocaría en la proclamación de la Segunda República y el
estallido de la guerra civil. Su compromiso durante la contienda fue desigual,
como atestigua la sección documental de este libro, pero para casi todos supuso
una nueva configuración en su idea de España.
El
destierro, con todas sus variantes, no solo marcó los años veinte –el “Oncenio”
de Leguía– en el Perú. Durante la década de los treinta, la violencia y la
represión mantuvieron a muchos intelectuales de izquierdas en la clandestinidad
o fuera del país. La persecución sostenida contra la Alianza Popular
Revolucionaria Americana (APRA) se
tradujo, en ambas décadas, en la cárcel y en el exilio de muchos de sus
seguidores: Haya de la Torre, Ciro Alegría, Manuel Seoane y Luis Alberto
Sánchez, entre otros, se afincaron en el extranjero por largas temporadas.
La
guerra civil española, trágico desenlace de complejísimas y viejas tensiones,
no resultaba un acontecimiento ajeno, y llegó a vivirse como una causa propia
entre muchos intelectuales peruanos: los más tradicionalistas vieron en ella
una posibilidad real de acabar con un comunismo que amenazaba con destruir la
raíz católica del mundo hispano; los intelectuales de izquierdas defendieron un
orden democrático por el que también estaban luchando en su país. Para los que
seguían en el Perú, el apoyo a la República, generalmente desde la
clandestinidad, se tradujo en fuertes represalias: José María Arguedas y Emilio
Adolfo Westphalen, por ejemplo, acabarían en la cárcel, como se verá
detalladamente más adelante.
Los
intelectuales peruanos, cumpliendo las palabras de Vallejo, fueron a la
búsqueda de una España que se proyectaba más allá de sus fronteras y de su
tiempo. El acercamiento a la península se detenía en la guerra pero abarcaba
mucho más: existía una indagación sobre el origen y la historia comunes, una
aproximación que el presente de entonces avalaba con violencia y terror en
ambos países. Esta aproximación, esta decisiva indagación, no terminó en 1939.
Años después, los poetas peruanos del cincuenta continuarían tras el rastro de
la España de Vallejo, “con su vientre a cuestas”, para constatar una vez más su
caída y rogarle que salvara su mirada. Así lo decía Alejandro Romualdo:
Cae
desde lo alto del amor. Deslúmbranos.
España,
madre rayo, madre rápida.
Vuelve
a nosotros con los ojos vivos.
España,
madre llanto, madre lágrima (España
elemental, p. 82).
(...)
Acertada esta semblanza, por cuanto pondera la conflagración española en su complejidad y corolario.
ResponderEliminarCuando en los años cincuenta Mario Vargas Llosa llegó a España con una beca para cursar el doctorado en Madrid, el país que encontró quedaba lejos de la imagen que se había forjado desde el Perú. https://consejoscomunales.net/conquista-del-tahuantinsuyo-o-imperio-inca/
ResponderEliminarlos treinta años (1618-48) fue un gran conflicto internacional que afectó principalmente al imperio alemán y a los Habsburgo en su origen, pero que con el paso de los años implicó a todas las grandes potencias europeas, especialmente a Francia y a la España de Oli vikingpressagency.com/como-escribir-un-texto-seo-que-posicione/
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