Una plaga de romances. El impacto de la muerte de Federico García Lorca en la poesía chilena

A finales de los años treinta, los dos poetas más leídos, venerados e imitados de la lengua española eran Federico García Lorca y Pablo Neruda. Lorca, para la gran mayoría de los lectores de Hispano-américa, era un autor de romances. El aire popular y las deslumbrantes imágenes del Romancero gitano producían tanta fascinación como el granadino mismo, que había conquistado con su simpatía y su ingenio los tres países hispanoamericanos que visitó: Cuba (7 de marzo-12 de junio de 1930), Argentina (13 de octubre de 1933-27 de marzo de 1934) y Uruguay (30 de enero-16 de febrero de 1934).

Cuesta imaginar hasta qué punto el personaje y la poesía de Lorca transformaron la imagen que se tenía de España en esos países, acostumbrados a intelectuales doctos, académicos, ligeramente prepotentes y más que ligeramente casposos. En efecto, Lorca ya había llegado a América –en persona y con el Romancero– como una ráfaga de oxígeno, antes de convertirse, a partir de agosto de 1936, en el poeta mártir de la guerra española, la prueba tangible –según los ojos escandalizados del mundo intelectual– de que el fascismo había emprendido una lucha a muerte contra la cultura. Neruda, por su parte, seguía seduciendo a lectores tradicionales con el sabor agridulce de sus Veinte poemas... pero, como Lorca también (aunque Poeta en Nueva York era escasamente conocido y sólo se publicó como libro en 1940), había evolucionado en su escritura y había impresionado a las nuevas generaciones de poetas con el oscuro versolibrismo de Residencia en la tierra. A partir de septiembre de 1936, visceralmente conmovido por la muerte de su amigo Federico y por los bombardeos de Madrid, había cambiado de rumbo y ejercía a partir de entonces como un torrencial poeta militante.

En los últimos años de la década de los treinta esta doble influencia –Lorca y Neruda, Neruda y Lorca– se hizo sentir en toda Hispano-américa. En Monte-video, por ejemplo, en julio de 1939, ya se estaba hartando del tándem el joven Juan Carlos Onetti, que en uno de los primeros números de Marcha (con el pseudónimo «Periquito el Aguador») lamentaría que "‘d’apres’ Neruda y García Lorca, una nueva retórica se ha formado entre nosotros. Poetas de izquierda y de derecha, poetas y poetisas del centro, todos están contagiados de los visibles sistemas del español y el chileno".

En el campo literario chileno, el peso de la figura siempre polémica de Neruda es evidente; no obstante, durante los años de la Guerra Civil española la figura de Lorca como autor de romances desató en Chile un verdadero ejército de imitadores, algunos de los cuales –Nicanor Parra, Gonzalo Rojas– se convertirían más tarde en los grandes herederos de la generación de Neruda.

(Para seguir leyendo este artículo de los investigadores Matías Barchino Pérez y Niall Binns, véase el siguiente link: Una plaga de romances)


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