Visiones apocalípticas, sueños de resurrección. Literatura hispanoamericana de la guerra civil española

Hacia el final de la novela La esperanza (1937), el etnólogo García, quizá la voz más respetada y autorizada de la obra de André Malraux, reflexiona sobre la figura del intelectual en la Guerra Civil española. "El gran intelectual", dice, "es el hombre del matiz, de la gradación de la calidad, de la verdad en sí, de la complejidad. Es, por definición, por esencia, antimaniqueo".

Maestro del matiz, de la duda y del cuestionamiento, el intelectual había obtenido en los años treinta un protagonismo social inédito, un papel público que lo llevaba cada vez más a formular discursos más atentos a las necesidades políticas del momento que a esa verdad en sí. La creciente polarización ideológica de la década extremó esta tendencia, pero fue en España donde la esencia antimaniquea del intelectual entró definitivamente en crisis; en un contexto bélico en el que eran los actos y no las palabras, no las ideas, no los cuestionamientos y la complejización de los asuntos, los que hacían falta para ganar la guerra. El mundo de los actos, como dice García en la novela de Malraux, es un mundo maniqueo, hecho para ese "maniqueo nato" que son los
revolucionarios y los políticos. No, en cambio, o en principio, para el intelectual. A éste se le planteaba un dilema: definirse por uno de los dos bandos, haciéndose cómplice de las inevitables crueldades e injusticias cometidas en nombre de una causa que consideraba "justa"; o bien, renunciar a la acción, optando por el derecho de hablar libremente, de cuestionar, criticar y no comprometerse –por inapelable y cómodo rigor intelectual– con ninguno de los bandos. Ante este dilema, reconoce García, "para un hombre que piensa, la revolución es trágica". Ahora bien, su propio matiz de pensador español es clave: "Pero para un hombre semejante la vida también es trágica".

Lo cierto es que en pocos momentos de la historia intelectual de la modernidad ha habido un abandono tan tenaz de los matices como en los años de la Guerra Civil. La guerra polarizaba, radicalizaba y cegaba. Construía ejes del bien y ejes del mal, y trampas mortales para los hombres y mujeres "del matiz, de la gradación de la calidad, de la verdad en sí, de la complejidad". Éstos, sin embargo, querían participar en la guerra, querían que sus palabras fuesen actos e instrumentos de lucha, y en realidad, sobre todo en la efervescencia ideológica de los primeros meses del conflicto, fueron muy pocos los que vivieron esta renuncia como trágica; pocos, también –hay que reconocerlo–, los que construyeron una obra digna de sobrevivir a la contingencia.


No sorprende, desde luego, que los intelectuales que defendían a Franco hayan seguido a la Iglesia en su proclamación maniquea de una guerra santa, una nueva Cruzada. La tradición católica ofrecía un marco cultural, prestigioso en su división entre el bien y el mal, para cantar a los cruzados, exaltar a los mártires y denigrar a los infieles, fieles continuadores de una historia milenaria de persecución. No hay mejor ejemplo que la oda "Aux martyrs espagnols" de Paul Claudel (traducida al español por Jorge Guillén en Sevilla y por Leopoldo Marechal en Buenos Aires), en su denuncia de las atrocidades cometidas contra la Iglesia en España:

Es la misma cosa, es comparable a lo que se les hizo a nuestros antepasados,

Es lo que sucedió en el tiempo de Enrique VIII y en los de Nerón y Diocleciano.

¿No beberemos nosotros el cáliz que bebieron nuestros padres?

Lo que para ellos fue la corona de espinas ¿sólo para nosotros ha de ser una corona de rosas?

Las imágenes centrales de la tradición católica renacieron, para Claudel, en el contexto de la Guerra Civil.Se estaba viviendo una "crucifixión" de la "Santa España" –"Once obispos, dieciséis mil sacerdotes masacrados" y "quinientas iglesias catalanas destruidas"–, todo eso a manos de un pueblo descarriado y embrutecido. Se trataba, a ojos del poeta francés, del largamente esperado apocalipsis, porque de la destrucción venía la esperanza de un nuevo comienzo, del juicio final y del jubiloso retorno de Cristo: "¡Por fin ha vuelto la hora del Príncipe de este mundo! / ¡La hora del interrogatorio final, la hora de Iscariote y de Caín!".

Más extraña y contradictoria es, sin duda, la presencia de lo religioso en escritores que apoyaban la lucha republicana. Evidentemente, esto no fue algo nuevo en la literatura de una izquierda mayoritariamente agnóstica y atea; a fin de cuentas, no había mejor lenguaje que el cristiano para comunicar el pensamiento utópico, las fervorosas convicciones ideológicas y otras experiencias análogas a la fe religiosa...

Para leer el artículo completo, véase "Visiones apocalípticas, sueños de resurrección. Literatura hispanoamericana de la guerra civil española" en el último número de la revista Amnis. Revue de civilisation contemporaine Europes/Amériques.

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