La escritura desbordada de Raúl González Tuñón

En su célebre poema “Explico algunas cosas”, Pablo Neruda lo invoca junto a Alberti y a Lorca para rememorar los fértiles días de Madrid:

Raúl, te acuerdas?
Te acuerdas, Rafael?
Federico, te acuerdas
debajo de la tierra,
te acuerdas de mi casa con balcones en donde
la luz de junio ahogaba flores en tu boca?

Hermano, hermano!
También Miguel Hernández, cuyo tránsito a la poesía combativa se debió en parte a él, le dedica un hermoso soneto:

Raúl, si el cielo azul se constelara
sobre sus cinco cielos de raúles
a la Revolución sus cinco azules
como cinco banderas entregara. […]


Raúl González Tuñón (Buenos Aires, 1905-1974), el poeta viajero y vanguardista, el poeta con el puño en alto, es uno de los “visitantes” más trascendentes de la Guerra Civil española. Nacido en el popular barrio bonaerense del Once, entre manifestaciones y canciones combativas, respira la reivindicación política desde la infancia. Más adelante se sumerge en el universo de Florida y Boedo, las dos calles de Buenos Aires, tan antagónicas como permeables, acercándose a Boedo a medida que crece su compromiso. Periodista al tiempo que poeta, dirige la revista Contra en 1933, adoptando la posición del francotirador comunista. Todo esto, unido a la ascendencia española de sus padres (también de sus dos abuelos, pintor de imágenes religiosas el uno y minero asturiano el otro, a los que dedica sendos poemas), va cargando de magnetismo el imán que será para él, como para tantos otros, España.

Así, González Tuñón viaja a España en tres ocasiones. La primera de ellas es en 1929 y supone un viaje de iniciación por Europa de cuya experiencia alumbra La calle del agujero en la media, todavía un poemario adscrito a la vanguardia. En 1935, recién casado con Amparo Mon, viaja por segunda vez y permanece entonces varios meses. El año antes se ha producido el levantamiento minero de Asturias, y este estallido ha de estremecer sus raíces. En Madrid conoce a Pablo Neruda y a Miguel Hernández y los poetas del 27. Sus poemas son leídos y es reconocido y homenajeado. Se trata de un viaje “memorable en mi vida de poeta, de periodista, de hombre de mi tiempo, el que me dejó marcadas más vivencias”.

Como resultado de esta experiencia, escribe los poemas de La rosa blindada (1936), un libro fundamental en la Historia de la poesía hispanoamericana, pues es en cierto modo responsable del golpe brusco de timón que deja atrás la vanguardia para apuntar a la poesía de combate. El propio Neruda, al que se asigna un papel protagónico en esta operación, reconoce que Raúl “fue el primero en blindar la rosa”, en blindar la poesía. Ejemplar es el poema “La Libertaria”, a la memoria de Aída Lafuente:

Estaba toda manchada de sangre,
estaba toda matando a los guardias,
estaba toda manchada de barro,
estaba toda manchada de cielo,
estaba toda manchada de España.
Ven catalán jornalero a su entierro,
ven campesino andaluz a su entierro,
ven a su entierro yuntero extremeño,
ven a su entierro pescador gallego,
ven leñador vizcaíno a su entierro,
ven labrador castellano a su entierro,
no dejéis solo al minero asturiano.
Ven, porque estaba manchada de España,
ven, porque era la novia de Octubre,
ven, porque era la rosa de Octubre,
ven, porque era la novia de España. […]

En 1936 publica 8 documentos de hoy, un conjunto de ensayos de temática antifascista y de solidaridad con España, que incluye un apéndice con poemas. Sin embargo, el tercer viaje, el más fecundo en el terreno literario, se produce en 1937. Raúl González Tuñón se embarca en febrero de 1937 como corresponsal de La Nueva España; recorre los frentes de Madrid, Barcelona y Valencia entre marzo y julio de ese año. Escribe crónicas, cartas y poemas a la luz febril de una España que lo inunda e impresiona, que desfigura torrencialmente la línea fronteriza de los géneros. Participa en el Congreso de Escritores Antifascistas de Valencia con hasta tres ponencias, donde se identifica como “americano” y “español de América”, denuncia la censura de las autoridades argentinas y defiende que “el escritor debe esgrimir el arma que mejor maneja: la pluma”.

A su regreso a América, aparece en Chile Las puertas del fuego (Documentos de la Guerra de España), publicado por la editorial Ercilla en 1938. Se trata de un libro de prosas misceláneas, que incluye muchas de las crónicas aparecidas en La Nueva España, pero también otros textos breves de nueva factura:

No conozco a la muerte. Nunca he visto su cara sin ojos, sin orejas, sin boca, sin remedio. He oído, sí, sus pasos de plomo derretido. He oído también su voz de relámpago sordo, afilada. He sentido, al mismo tiempo, su presencia fría sobre la tierra caliente.
No me quejo. Estoy cercado de temores y de soledad. Cercado. Una primavera de pájaro y metralla está creciendo y yo, acostado cerca de la muerte, pienso que ella es tan viva ahora, y fundamental, tan decisiva. ¡Tan revolucionaria!
He visto morir. He oído morir.
Jóvenes, cayeron en la cintura de esta ciudad de naturales delirios, sonriendo. La ceniza estaba en ellos ya, presente y delicada. No eran vanidosos. No era el riesgo por el riesgo, la aventura por la aventura. Era, simplemente, la guerra. La guerra y todos sus desastres, y toda su fealdad. Ellos caían y otros se incorporaban. Y su mismo polvo se incorporará algún día. […]

Por otra parte, destaca La muerte en Madrid, de 1939, el poemario que González Tuñón aporta al legado de la Guerra Civil. Estos poemas se dedican a celebrar el heroísmo de un pueblo sitiado durante más de dos años. Durruti, el general Luckas, Federico García Lorca, Antonio Machado o los voluntarios internacionales son algunos de los personajes que discurren por la ciudad de Madrid, la verdadera protagonista, “la novia del mundo”. Así el poema “Madrid (2)”:

¡Cómo ha crecido el árbol de ceniza
¡Cómo ha crecido el árbol de ceniza
que en un costado le brotó Noviembre!
Vieja ciudad que muere porque vive,
nueva ciudad que vive porque muere,
ciudad que por la muerte de la vida
inaugura la vida de la muerte.
¡Cómo ha crecido la paloma oscura
que en un costado le brotó Noviembre!
Antigua en los intactos caserones,
flamante en los escombros y las ruinas,
ciudad que por la sangre derramada
mil toros de coraje resucita.
Ciudad de todo lo que recién nace,
ciudad de todo lo que recién muere,
ciudad de todo lo que muere-vive,
ciudad de todo lo que vive-muere.
¡Desmesurada flor la flor de sangre
que en un costado le brotó Noviembre!

Durante los tres años de la Guerra Civil española, Raúl González Tuñón no escribe sobre otra cosa. Su espíritu de lucha y su sangre española se revuelven antes ya de las primeras bombas y pone su escritura desbordada al servicio de un acontecimiento que lo conmueve e impacta: poemas, ensayos, prosas breves, crónicas de guerra, cartas, artículos de prensa y ponencias; frenética pluma esgrimida al servicio de la revolución y de la memoria de la gran epopeya española.


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