El 20 de marzo de 1937, Gregorio Marañón y su hija Mabel llegaron a Buenos Aires en el vapor desde Montevideo. Después de ser recibidos por numerosos médicos, algunos representantes de centros culturales -ávidos de pactar una conferencia con el científico- y el embajador de Uruguay, fueron llevados directamente al aeropuerto para seguir su viaje a Santiago de Chile.
Volvieron a Argentina unos días más tarde y Marañón, como siempre en su viaje, se embarcó en una vorágine de reuniones y conferencias, primero en Mar del Plata y luego, a partir del día 29, en la capital. Lo primero que hizo en Buenos Aires fue visitar la imprenta de La Nación, el prestigioso diario fundado por Bartolomé Mitre en 1870. Al director Luis Mitre, nieto del fundador, Marañón le contó que "ningún lugar puede ser más grato a mi espíritu que esta casa, a la que me vinculan diez años de colaboración ininterrumpida, la única labor periodística regular, permanente, que he aceptado a lo largo de mi ardua faena intelectual".
Una de las conferencias menos especializadas (a diferencia de otras pronunciadas en centros médicos) fue la que ofreció en un homenaje organizado por el Rotary Club de Buenos Aires el día 31. Marañón, hostigado por las protestas que lo acompañaban desde su llegada a Montevideo, diecinueve días antes, agradeció la calidez de la recepción y el discurso bienvenido por el presidente del Rotary Club, el Dr. David Spinetto. "Cuando todo en el mundo está en guerra", dijo en su conferencia, "vosotros representáis la concordancia y la paz. Cuando a las gentes se las acepta o se las niega por su color político y no por su jerarquía moral, vosotros elegís a vuestros amigos sin más pauta que la noble y eterna de que sean buenos, sin reparar en su filiación, en esas categorías perecederas de los partidos". Por eso, el Rotary Club era -para Marañón- "como un islote venturoso, al que llegan extenuados los náufragos de las humanas pasiones". Allí, decía, debía de haber algunos que estarían de acuerdo con sus ideas y otros opuestos, pero esa divergencia era inevitable y "ni a vosotros ni a mí nos importa". La locura del mundo de su época se debía a que los hombres se empeñaran en dividirse por las ideas y no por las conductas. Estaban dispuestos a matar al hombre bueno que pensaba de otro modo, pero aceptaban convivir con ladrones o asesinos de la misma ideología.
Como sucedió en Uruguay, los intelectuales y estudiantes argentinos habían hecho todo lo posible para boicotear la visita de Marañón desde antes de su llegada. En la primera semana de marzo, el novelista Elías Castelnuovo -nacido en Montevideo pero residente en Buenos Aires desde los comienzos de los años veinte y una figura central en la literatura social del llamado "Grupo Boedo"- había anticipado las protestas contra Marañón en el periódico La Nueva España, en su crónica "Caña fístula. Las mudanzas de Gregorio Marañón". Según Castelnuovo, la última "mudanza" del científico -su repudio hacia la República que ayudó a fundar y que había defendido con tanto fervor- era típica no sólo de Marañón sino de la superficialidad de tantos intelectuales burgueses que se pasaban -sin bagaje ideológico- a las "filas del pueblo".
Se va a la Meca por convicción y se va la Meca por turismo", y lo mismo sucedía con Moscú y con la revolución, a los que solían acudir los intelectuales más por "un acto de fe o de filantropía" que por reflexión y verdadera solidaridad. De ahí la precariedad de su compromiso, la ligereza de sus cambios de opinión; de ahí, también, que "cuando confirman que la revolución no es una comedia para aburridos y degenerados, sufran ulteriormente una desilusión espantosa". En el fondo, según el rudimentario pero convencido materialismo de Castelnuovo, la mutabilidad de Marañón se debía menos a su conciencia que a su cartera. Había sido siempre una "veleta" en política, en ciencia y en literatura, y el motivo fundamental de sus cambios de tema y opinión fue siempre económico:
¿Estaba de moda el sexo? Hablaba o escribía sobre cuestiones sexuales. ¿Estaba de moda la masturbación? Hablaba o escribía sobre Amiel. ¿Estaban de moda las secreciones internas? Hablaba o escribía sobre las secreciones endocrinas y exocrinas. ¿Estaba de moda la república? Hablaba o escribía sobre Platón. ¿Qué rendía más? ¿Tocar el sacabuche o tocar la zampoña? Según lo que rindiese más, tocaba él la zampoña o el sacabuche.
De acuerdo con este razonamiento, Castelnuovo afirmaba que Marañón se había quedado en la España republicana desde el inicio de la guerra civil "no para cuidar la revolución, sino para cuidar sus propiedades, sus cátedras, su mercado literario", y sólo decidió irse de Madrid cuando vio que la transformación social era algo más que una transformación simplemente verbal. Como había sucedido con otros intelectuales liberales, su decisión de abandonar España se debía no a "cuestiones de filosofía", sino "porque España ya no es negocio para ellos". Más negocio era América, y por eso Marañón había aceptado la invitación de la dictadura de Gabriel Terra. Pero, advirtió Castelnuovo, el recibimiento en el Río de la Plata sería hostil y no era imposible que "al ilustre Marañón le saliese la ilustración por la culata. No sería el primero que va por lana a Montevideo y regresa a Salamanca con la cabeza afeitada".
Si en la prensa de izquierdas, ya se "calentaba" el viaje de Marañón antes de su llegada, las secuelas de su visita también se prolongarían durante muchos meses. Entre la decena de conferencias que el español ofreció en Argentina, la que más resonancia tuvo fue "Libertad y soledad", que pronunció el día 2 de abril, en el teatro Politeama, en un acto organizado por la revista Sur y su directora Victoria Ocampo.
El 1 de mayo en El Mono Azul, el periódico madrileño dirigido por Rafael Alberti, José Bergamín publicó una "Carta abierta" a Victoria Ocampo, acusándola de "cómplice" de Gregorio Marañón por haberle ofrecido "su equivocada y eqúivoca protección" en Buenos Aires y tildándola de "enemigo nuestro. Enemigo del pueblo español. Enemigo de España". En octubre de 1936, Marañón había dicho: "mi deber de español es quedarme en España"; ahora, el deber de Bergamín era denunciar a Ocampo, porque no había excusa posible para tratar con alguien que iba "explotando remunerativamente por el mundo" el "delito de lesa patria" de la traición, sobre todo porque el crimen de Marañón "nos entra por los ojos a todas horas; clama al cielo, en verdaderos arroyos sangrientos":
Y no es, ésta, imagen liberal o libertaria. Los arroyos de sangre inocente corren por las calles de nuestra capital española, materialmente. Aún tengo, mientras le escribo, la imagen imborrable ante mis ojos de esa sangre reciente. Que mis pies tienen que eludir, para no pisarla. Aún pasan ante mí los cuerpecitos infantiles destrozados; el llanto de las madres desesperadas.
Decía Bergamín: "No se puede, señora, coquetear con la mentira, ni aun por snobismo ante la muerte", porque "la frivolidad, en este caso, es mortal; y aunque sea nostalgia de bellezas juveniles pasadas, es fea y delictiva". Esta frase molestó profundamente a Victoria Ocampo, que publicó tanto la carta de Bergamín (ya divulgada en Buenos Aires a través del popular diario Crítica, dirigido por Natalio Botana) como su propia respuesta en el número de mayo de su revista Sur. Según Ocampo, Bergamín la había decepcionado porque su carta no era la carta del "verdadero cristiano" que él afirmaba ser y que ella siempre había creído que era. Se palpaba en ella demasiado odio, decía, pero no al pecado en sí sino al pecador. A continuación, señalaba Ocampo que su criterio de tomar partido en el conflicto era el mismo del teólogo francés Jacques Maritain, que había dicho que era imposible juzgar la conciencia de Unamuno o del propio Bergamín. Además, se defendía afirmando que como "americana auténtica" no podía "escupir el rostro de ningún español destrozado (¿y qué español que algo valga no lo está?)". No obstante, su argumento principal partía de las palabras sobre su "coqueteo" con la mentira, que le permitían salir por la tangente y redirigir el tema de debate para centrarse en el machismo de Bergamín y la opresión secular de las mujeres.
¿Se la ha ocurrido a usted jamás -pregunta- el pensar que ha existido y existe aún en el mundo otra explotación más odiosa que ésta: la de la mujer por el hombre?
Ella no había vivido los horrores de España de los que era testigo Bergamín; sí, en cambio, era testigo de las "realidades tremendas y candentes" de la injusticia contra la mujer: "las he sufrido en carne viva, como sufre usted la revolución española". Por eso, le pregunta al español si realmente cree "que yo pueda estar con los quieren prolongar, sustentar, reafirmar tales injusticias". Se refiere, evidentemente, al fascismo y al nacionalcatolicismo, pero el mensaje implícito es claro: esas injusticias también se perciben en el discurso de Bergamín.
Este intercambio epistolar, que se prolongaría en el número siguiente de Sur, tuvo repercusiones fuera de España y Argentina. Desde México, pocos meses antes de su muerte, el filósofo marxista Aníbal Ponce publicó el ensayo "Victoria Ocampo, Bergamín y Marañón", en el que se sorprendió ante la sorpresa mostrado por Bergamín -en su carta "violenta y desmedida", en su "torrente de injurias"- ante el comportamiento de Ocampo:
Eje de un minúsculo movimiento intelectual que se ha caracterizado siempre en Buenos Aires por su hermetismo desdeñoso, la señora Ocampo ha coleccionado vedettes intelectuales como otros coleccionan marfiles o tapices. En esa pasión coleccionista lo de menos han sido para ella las ideas. Podrá hablarnos ahora de la fuerza de sus "convicciones" o de "la gran responsabilidad moral" de que se siente investida. Ni a esa fuerza ni a esa responsabilidad la ha visto nadie. Con tal de que gozaran del brillo del momento, la señora Ocampo no ha exigido más de sus huéspedes ilustres: con una versatilidad que le es muy propia ha sido así la empresaria lo mismo de Ortega y Gasset que de Waldo Frank, de Keyserling que de Maritain, de Drieu La Rochelle que de Stravinsky, ¿podría faltar allí el nombre de Gregorio Marañón, ahora que la traición y el crimen le han dado resonancia universal? Bien está, pues, junto a Victoria Ocampo, este traidor despreciable, "destrozado" en su alma de español. Y bien está, para probar una vez más con cuánta razón desconfían los obreros de los intelectuales y de los sabios.
En realidad, el caso de Victoria Ocampo -como el de otros intelectuales argentinos como Jorge Luis Borges y Oliverio Girondo- es el caso típico del intelectual liberal, o bien, del intelectual liberal de élite, que no sabe dónde situarse en un campo intelectual cada vez más polarizado. En cierta medida, es el mismo conflicto que tuvieron que enfrentar, en España, intelectuales liberales como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón, con una clara y terrible diferencia, que ya denunciaba el propio Marañón: en medio de la guerra civil de España, después de la agresión de los generales rebeldes, era ya imposible seguir "ejerciendo" de liberal.
No es sorprendente, por tanto, que el diario filonazi Crisol tratara a la directora del Sur con una sorna tan cáustica como la de Ponce y de otros intelectuales de izquierda (como Raúl González Tuñón). "Evacuación de Bergamín" se titula un soneto firmado por un tal "Calixto", que ve a Victoria Ocampo -increíblemente- como una especie de Dolores Ibárruri de la élite argentina:
Doña Victoria la de Samotracia
se halla en enmarañada situación
por haber acogido a Marañón
sin la menor prudencia y diplomacia.
Este es un mal suceso que desgracia
al Frente-Rojo-Popular-Masón,
pues ya contaba entre sus filas con
la "Pasionaria de la Aristocracia".
De allí que el infeliz de Bergamín,
al evacuar Madrid por la ventana
atacado de celos y de cólico,
le haya escrito a la dama en el pasquín
algo que nade tiene de católico
llamado "La Cloaca de Bostana".
Volvieron a Argentina unos días más tarde y Marañón, como siempre en su viaje, se embarcó en una vorágine de reuniones y conferencias, primero en Mar del Plata y luego, a partir del día 29, en la capital. Lo primero que hizo en Buenos Aires fue visitar la imprenta de La Nación, el prestigioso diario fundado por Bartolomé Mitre en 1870. Al director Luis Mitre, nieto del fundador, Marañón le contó que "ningún lugar puede ser más grato a mi espíritu que esta casa, a la que me vinculan diez años de colaboración ininterrumpida, la única labor periodística regular, permanente, que he aceptado a lo largo de mi ardua faena intelectual".
Una de las conferencias menos especializadas (a diferencia de otras pronunciadas en centros médicos) fue la que ofreció en un homenaje organizado por el Rotary Club de Buenos Aires el día 31. Marañón, hostigado por las protestas que lo acompañaban desde su llegada a Montevideo, diecinueve días antes, agradeció la calidez de la recepción y el discurso bienvenido por el presidente del Rotary Club, el Dr. David Spinetto. "Cuando todo en el mundo está en guerra", dijo en su conferencia, "vosotros representáis la concordancia y la paz. Cuando a las gentes se las acepta o se las niega por su color político y no por su jerarquía moral, vosotros elegís a vuestros amigos sin más pauta que la noble y eterna de que sean buenos, sin reparar en su filiación, en esas categorías perecederas de los partidos". Por eso, el Rotary Club era -para Marañón- "como un islote venturoso, al que llegan extenuados los náufragos de las humanas pasiones". Allí, decía, debía de haber algunos que estarían de acuerdo con sus ideas y otros opuestos, pero esa divergencia era inevitable y "ni a vosotros ni a mí nos importa". La locura del mundo de su época se debía a que los hombres se empeñaran en dividirse por las ideas y no por las conductas. Estaban dispuestos a matar al hombre bueno que pensaba de otro modo, pero aceptaban convivir con ladrones o asesinos de la misma ideología.
Como sucedió en Uruguay, los intelectuales y estudiantes argentinos habían hecho todo lo posible para boicotear la visita de Marañón desde antes de su llegada. En la primera semana de marzo, el novelista Elías Castelnuovo -nacido en Montevideo pero residente en Buenos Aires desde los comienzos de los años veinte y una figura central en la literatura social del llamado "Grupo Boedo"- había anticipado las protestas contra Marañón en el periódico La Nueva España, en su crónica "Caña fístula. Las mudanzas de Gregorio Marañón". Según Castelnuovo, la última "mudanza" del científico -su repudio hacia la República que ayudó a fundar y que había defendido con tanto fervor- era típica no sólo de Marañón sino de la superficialidad de tantos intelectuales burgueses que se pasaban -sin bagaje ideológico- a las "filas del pueblo".
Se va a la Meca por convicción y se va la Meca por turismo", y lo mismo sucedía con Moscú y con la revolución, a los que solían acudir los intelectuales más por "un acto de fe o de filantropía" que por reflexión y verdadera solidaridad. De ahí la precariedad de su compromiso, la ligereza de sus cambios de opinión; de ahí, también, que "cuando confirman que la revolución no es una comedia para aburridos y degenerados, sufran ulteriormente una desilusión espantosa". En el fondo, según el rudimentario pero convencido materialismo de Castelnuovo, la mutabilidad de Marañón se debía menos a su conciencia que a su cartera. Había sido siempre una "veleta" en política, en ciencia y en literatura, y el motivo fundamental de sus cambios de tema y opinión fue siempre económico:
¿Estaba de moda el sexo? Hablaba o escribía sobre cuestiones sexuales. ¿Estaba de moda la masturbación? Hablaba o escribía sobre Amiel. ¿Estaban de moda las secreciones internas? Hablaba o escribía sobre las secreciones endocrinas y exocrinas. ¿Estaba de moda la república? Hablaba o escribía sobre Platón. ¿Qué rendía más? ¿Tocar el sacabuche o tocar la zampoña? Según lo que rindiese más, tocaba él la zampoña o el sacabuche.
De acuerdo con este razonamiento, Castelnuovo afirmaba que Marañón se había quedado en la España republicana desde el inicio de la guerra civil "no para cuidar la revolución, sino para cuidar sus propiedades, sus cátedras, su mercado literario", y sólo decidió irse de Madrid cuando vio que la transformación social era algo más que una transformación simplemente verbal. Como había sucedido con otros intelectuales liberales, su decisión de abandonar España se debía no a "cuestiones de filosofía", sino "porque España ya no es negocio para ellos". Más negocio era América, y por eso Marañón había aceptado la invitación de la dictadura de Gabriel Terra. Pero, advirtió Castelnuovo, el recibimiento en el Río de la Plata sería hostil y no era imposible que "al ilustre Marañón le saliese la ilustración por la culata. No sería el primero que va por lana a Montevideo y regresa a Salamanca con la cabeza afeitada".
Si en la prensa de izquierdas, ya se "calentaba" el viaje de Marañón antes de su llegada, las secuelas de su visita también se prolongarían durante muchos meses. Entre la decena de conferencias que el español ofreció en Argentina, la que más resonancia tuvo fue "Libertad y soledad", que pronunció el día 2 de abril, en el teatro Politeama, en un acto organizado por la revista Sur y su directora Victoria Ocampo.
El 1 de mayo en El Mono Azul, el periódico madrileño dirigido por Rafael Alberti, José Bergamín publicó una "Carta abierta" a Victoria Ocampo, acusándola de "cómplice" de Gregorio Marañón por haberle ofrecido "su equivocada y eqúivoca protección" en Buenos Aires y tildándola de "enemigo nuestro. Enemigo del pueblo español. Enemigo de España". En octubre de 1936, Marañón había dicho: "mi deber de español es quedarme en España"; ahora, el deber de Bergamín era denunciar a Ocampo, porque no había excusa posible para tratar con alguien que iba "explotando remunerativamente por el mundo" el "delito de lesa patria" de la traición, sobre todo porque el crimen de Marañón "nos entra por los ojos a todas horas; clama al cielo, en verdaderos arroyos sangrientos":
Y no es, ésta, imagen liberal o libertaria. Los arroyos de sangre inocente corren por las calles de nuestra capital española, materialmente. Aún tengo, mientras le escribo, la imagen imborrable ante mis ojos de esa sangre reciente. Que mis pies tienen que eludir, para no pisarla. Aún pasan ante mí los cuerpecitos infantiles destrozados; el llanto de las madres desesperadas.
Decía Bergamín: "No se puede, señora, coquetear con la mentira, ni aun por snobismo ante la muerte", porque "la frivolidad, en este caso, es mortal; y aunque sea nostalgia de bellezas juveniles pasadas, es fea y delictiva". Esta frase molestó profundamente a Victoria Ocampo, que publicó tanto la carta de Bergamín (ya divulgada en Buenos Aires a través del popular diario Crítica, dirigido por Natalio Botana) como su propia respuesta en el número de mayo de su revista Sur. Según Ocampo, Bergamín la había decepcionado porque su carta no era la carta del "verdadero cristiano" que él afirmaba ser y que ella siempre había creído que era. Se palpaba en ella demasiado odio, decía, pero no al pecado en sí sino al pecador. A continuación, señalaba Ocampo que su criterio de tomar partido en el conflicto era el mismo del teólogo francés Jacques Maritain, que había dicho que era imposible juzgar la conciencia de Unamuno o del propio Bergamín. Además, se defendía afirmando que como "americana auténtica" no podía "escupir el rostro de ningún español destrozado (¿y qué español que algo valga no lo está?)". No obstante, su argumento principal partía de las palabras sobre su "coqueteo" con la mentira, que le permitían salir por la tangente y redirigir el tema de debate para centrarse en el machismo de Bergamín y la opresión secular de las mujeres.
¿Se la ha ocurrido a usted jamás -pregunta- el pensar que ha existido y existe aún en el mundo otra explotación más odiosa que ésta: la de la mujer por el hombre?
Ella no había vivido los horrores de España de los que era testigo Bergamín; sí, en cambio, era testigo de las "realidades tremendas y candentes" de la injusticia contra la mujer: "las he sufrido en carne viva, como sufre usted la revolución española". Por eso, le pregunta al español si realmente cree "que yo pueda estar con los quieren prolongar, sustentar, reafirmar tales injusticias". Se refiere, evidentemente, al fascismo y al nacionalcatolicismo, pero el mensaje implícito es claro: esas injusticias también se perciben en el discurso de Bergamín.
Este intercambio epistolar, que se prolongaría en el número siguiente de Sur, tuvo repercusiones fuera de España y Argentina. Desde México, pocos meses antes de su muerte, el filósofo marxista Aníbal Ponce publicó el ensayo "Victoria Ocampo, Bergamín y Marañón", en el que se sorprendió ante la sorpresa mostrado por Bergamín -en su carta "violenta y desmedida", en su "torrente de injurias"- ante el comportamiento de Ocampo:
Eje de un minúsculo movimiento intelectual que se ha caracterizado siempre en Buenos Aires por su hermetismo desdeñoso, la señora Ocampo ha coleccionado vedettes intelectuales como otros coleccionan marfiles o tapices. En esa pasión coleccionista lo de menos han sido para ella las ideas. Podrá hablarnos ahora de la fuerza de sus "convicciones" o de "la gran responsabilidad moral" de que se siente investida. Ni a esa fuerza ni a esa responsabilidad la ha visto nadie. Con tal de que gozaran del brillo del momento, la señora Ocampo no ha exigido más de sus huéspedes ilustres: con una versatilidad que le es muy propia ha sido así la empresaria lo mismo de Ortega y Gasset que de Waldo Frank, de Keyserling que de Maritain, de Drieu La Rochelle que de Stravinsky, ¿podría faltar allí el nombre de Gregorio Marañón, ahora que la traición y el crimen le han dado resonancia universal? Bien está, pues, junto a Victoria Ocampo, este traidor despreciable, "destrozado" en su alma de español. Y bien está, para probar una vez más con cuánta razón desconfían los obreros de los intelectuales y de los sabios.
En realidad, el caso de Victoria Ocampo -como el de otros intelectuales argentinos como Jorge Luis Borges y Oliverio Girondo- es el caso típico del intelectual liberal, o bien, del intelectual liberal de élite, que no sabe dónde situarse en un campo intelectual cada vez más polarizado. En cierta medida, es el mismo conflicto que tuvieron que enfrentar, en España, intelectuales liberales como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón, con una clara y terrible diferencia, que ya denunciaba el propio Marañón: en medio de la guerra civil de España, después de la agresión de los generales rebeldes, era ya imposible seguir "ejerciendo" de liberal.
No es sorprendente, por tanto, que el diario filonazi Crisol tratara a la directora del Sur con una sorna tan cáustica como la de Ponce y de otros intelectuales de izquierda (como Raúl González Tuñón). "Evacuación de Bergamín" se titula un soneto firmado por un tal "Calixto", que ve a Victoria Ocampo -increíblemente- como una especie de Dolores Ibárruri de la élite argentina:
Doña Victoria la de Samotracia
se halla en enmarañada situación
por haber acogido a Marañón
sin la menor prudencia y diplomacia.
Este es un mal suceso que desgracia
al Frente-Rojo-Popular-Masón,
pues ya contaba entre sus filas con
la "Pasionaria de la Aristocracia".
De allí que el infeliz de Bergamín,
al evacuar Madrid por la ventana
atacado de celos y de cólico,
le haya escrito a la dama en el pasquín
algo que nade tiene de católico
llamado "La Cloaca de Bostana".
super interesante! gracias x compartir
ResponderEliminarHola! Comparto con patan forever: super interesante! Gracias por compartirlo con nosotros. En serio. Hay muchos hoteles en argentina en los que se dieron las conferencias y tienen lindos recuerdos de eso. Saludos
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