El cuaderno desnudo de Chacón y Calvo

Junto a los poemas, las novelas, los cuentos, las piezas dramáticas, los artículos de opinión, las crónicas de guerra o las narraciones testimoniales, en el acervo literario de la Guerra Civil hay un compartimento particular para el género del diario íntimo. Su carácter privado (al menos en principio) aporta un prisma diferente al estudio de la guerra y su escritura; la mirada desnuda, despojada de artificios estéticos y herramientas retóricas, busca una comprensión o una comunicación entre las personas, los acontecimientos y los lugares que definen su devenir cotidiano. Y si esta cotidianeidad tiene lugar en unas coordenadas extremas como las del Madrid de 1936, el hombre y su palabra sólo pueden perdurar o desmoronarse.

Los diarios del diplomático chileno Carlos Morla Lynch encuentran su equivalente cubano en el Diario íntimo de la revolución española (Madrid: Verbum, 2009), de José María Chacón y Calvo (Santa María del Rosario, 1892-La Habana, 1969). Seguramente, la angosta fama de Chacón y Calvo no se corresponda con su categoría de intelectual: Doctor en Filosofía y Letras y en Derecho, filólogo, hispanista, historiador. Entre 1918 y 1936, con algunas interrupciones, reside en Madrid desempeñando un cargo diplomático en la Legación de Cuba. Al mismo tiempo, en estos años, se integra en la familia cultural madrileña: recorre los senderos del Romancero de la mano de Ramón Menéndez Pidal, cultiva la amistad de Alfonso Reyes, García Lorca y Gregorio Marañón y publica obras como Ensayos de literatura española (1928) o La experiencia del indio (1934).

La última entrada del diario es del 5 de noviembre, cuando escribe desde el barco que lo lleva de vuelta a Cuba, “en una gran soledad” y “con un dolor por tantas cosas”, angustiado por la enfermedad de su madre. Muy diferente, por tanto, de cómo lo sorprende la guerra al comienzo del diario, tomando un baño de sol y disfrutando del aire fresco del Pardo. De un día para otro, la vida apacible del diplomático es sustituida por la vorágine destructiva de la muerte, el pueblo en armas, los amigos en el frente, la lucha por la salvación de los asilados en la embajada, o el llanto enternecedor de su maestro Menéndez Pidal:

"Varias veces he visto a don Ramón Menéndez Pidal. ¡Cómo le hiere en las entrañas, esta tragedia sangrienta, que arruina a España, en todo, en lo material y en lo espiritual! Hoy, junto a mí le he visto llorar. Y nunca he sentido más cariño emocionado, más admiración conmovida por el maestro español que en esta luminosa mañana del otoño de Madrid".

Como afirma repetidas veces en sus confesiones íntimas: “Escribo para mí mismo. Escribo para dejar fielmente señalados los sucesos que he visto por mis ojos, no los que nadie me haya contado o haya leído”. El yo que desvelan estas páginas insiste en su carácter de testigo presencial de todos los sucesos y centra el foco de la escritura únicamente en lo vivido por él mismo.

Su postura frente al maremágnum sangriento se define como la del espectador horrorizado. Tratándose de un descendiente de la nobleza (él mismo obtendrá después el título de sexto y último Conde de Casa Bayona), y además de profundas convicciones religiosas, podría pensarse que se sienta más cómodo en el bando de los sublevados. De hecho, su gran crítica al Madrid republicano es el descontrol en materia religiosa. Difícilmente asume Chacón y Calvo que se incendien y se cierren iglesias y tenga que cumplir con el rito de la misa, casi de manera clandestina, en su propia casa, sintiendo “la emoción religiosa más callada y honda de mi vida”. Constantemente se muestra a sí mismo rezando y rogando a Dios por el fin de tanto sufrimiento. Cuando abandona España y pasa brevemente por París, no duda en correr a Nôtre-Dame para devolverle a su fe el tiempo perdido: “Olvidaba decir que mi hora de París fue la que pasé en Nôtre-Dame. Soledad y belleza eterna. ¡Otra vez en una iglesia, después de 16 semanas largas!”.

Sin embargo, ante el espectáculo histórico del pueblo dando la vida por su libertad, Chacón y Calvo se emociona y se siente muy próximo a él, incapaz de situarse en la otra trinchera. Su posición política se resume en las páginas del 26 de julio, recién comenzada la guerra:

“Apenas hay una pequeña ciudad española que no haya sentido la sacudida brutal de la guerra civil. Contra los que la han fraguado lucha el pueblo que he visto pasar bajo mis balcones. Luchan los adolescentes de 16 años y los viejos de sesenta y casi setenta. Luchan también mujeres de toda edad. Ya se ha hablado de un batallón de mujeres. No puedo sentirme enemigo de este pueblo. No puedo sentirme enemigo a pesar del daño moral que me está haciendo. Ha atacado cruelmente, despiadadamente, cosas vivas de mi corazón. Esta mañana no se ha abierto una sola iglesia. […] Este pueblo ha puesto en prisión a amigos míos; ha ejercido a conciencia un terrorismo típicamente revolucionario [...] Hombre de pueblo, folklorista, con vocación esencial, veo esta masa popular, vibrante, propicia al rasgo heroico o al sacrificio total. Siento una profunda impresión ante este pueblo que se ha lanzado a una guerra a muerte”.

Los meses de Chacón y Calvo en el Madrid en guerra son complicados. Por un lado, añora su “isla lejana” y sufre por la enfermedad de su madre; las relaciones con el embajador Pichardo, su jefe directo, pasan por momentos de elevada tensión, y sufre en las gestiones constantes por salvar la vida de todos aquellos que le piden protección. En algunos momentos, lo domina la desolación: “No puedo más con este espectáculo atroz. Mi capacidad de sentir está agotada. Mi labor desesperada de salvar una vida y otra, me parece que es la única razón de que yo esté frente a este panorama terrible”.

Resulta imposible esbozar el paso de un cubano por España sin que se cuele la figura de Pablo de la Torriente Brau. Aunque apenas coincidieron un mes en Madrid (Pablo llegó a finales de septiembre y Chacón se marchó a comienzos de noviembre), en las últimas páginas del diario no deja de aparecer el omnipresente escritor, periodista y combatiente. Pablo de la Torriente le cuenta sus experiencias con las milicias y, a cambio, Chacón y Calvo le presenta a sus amistades, invitándolo a comer con Menéndez Pidal y Gregorio Marañón o a visitar la residencia de este último. Es más, Pablo, el mártir fallecido tan sólo semanas después, lo acompaña a Barajas cuando toma el avión que parte para Francia. Chacón lo describe desde el principio como “una fuerza de la naturaleza” y dice: “Me separan de él muchas cosas: me atraen su cordialidad, su bondad nativa, su sentido del deber”.

Como tantos episodios descomunales, una guerra es en realidad muchas guerras. Para algunos, es un hijo o un amigo o un esposo muertos en el frente; para otros, un cadáver desconocido, una batalla ganada o el ruido de los aviones en la noche. De lo que supone la guerra para Chacón y Calvo queda este cuaderno vibrante. En él, por cierto, aparece García Lorca una sola vez, descrito como alguien “tan poco seguro en la amistad y tan gran poeta siempre”, lo cual parece poco para la amistad que teóricamente han tenido. Además, a continuación aparece la frase “O casi siempre”, tachada después. ¿Pensaría en ese instante Chacón y Calvo en una hipotética publicación de esas páginas, en las que no querría dejar asomo de duda sobre la calidad del poeta? De este modo, las cuatro letras de la palabra “casi” se constituyen como la frontera sutil y categórica entre la escritura privada y la escritura pública.

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