Cuando Ramón Gómez de la Serna llegó a Buenos Aires en septiembre de 1936, pronto se dio cuenta de que era mejor no hablar sobre la guerra civil, mejor no contar sus experiencias en Madrid durante el primer mes del conflicto, mejor no expresar en público su defensa de siempre de una literatura de torre de marfil. Así lo recuerda Livia Grotto en su artículo "Entre Sur y Automoribundia, apuntes sobre la Guerra Civil". Lo cierto es que, al tocar tierra americana, Gómez de la Serna tardó un solo día en darse cuenta de que en la zona del Río de la Plata los ánimos andaban muy crispados en torno a la guerra. En Buenos Aires el autor de las greguerías aprendería muy pronto a callar; pero cuando el día 22 de septiembre desembarcó del "Belle Isle" para pasar unas breves horas en Uruguay, el alivio de llegar le soltó la lengua y Gómez de la Serna habló libremente con un espabilado periodista del diario El Plata que improvisó una entrevista en el muelle del puerto de Montevideo. Se publicaría el día siguiente, con el título "'Lo de España es un drama' dice Ramón Gómez de la Serna".
Fue una verdadera sorpresa para quienes estaban junto al "Belle Isle", en el momento de su atraque, ver sobre uno de los puentes la inconfundible figura del escritor español Ramón Gómez de la Serna. La situación actual de España añadía interés a esta inesperada aparición del humorista ya que su permanencia en Madrid le obligaba a conocer detalles del movimiento armado que actualmente ensangrienta el suelo de la Madre Patria. Apenas, pues, fue puesto el barco en libre plática tratamos de abordarlo, encontrándole ya en medio de un grupo de personas que seguían con visible curiosidad el curso del relato que Gómez de la Serna iba haciendo de los más recientes acontecimientos.
-Hoy nos hemos enterado -decía- del fusilamiento de las tres señoritas uruguayas [se refería a Consuelo y María Dolores Aguiar Mella Díaz, dos hermanas del vicecónsul de Uruguay en Madrid, que el 18 de septiembre fueron detenidas y fusiladas por milicianos "descontrolados" al ser descubiertas mientras llevaban comida a unas monjas escapularias escondidas en un convento. El dictador uruguayo Gabriel Terra aprovecharía este lamentable suceso para romper relaciones con la República. Las primeras noticias hablaron del fusilamiento de tres hermanas: Consuelo, María y Dolores]. Crean Uds. que los españoles somos los primeros en lamentar la tremenda desgracia ocurrida. No hay contralor, esa es la palabra. El Gobierno de Madrid no puede atender el orden interno de la ciudad con eficacia. Y siempre, en las penumbras de los parajes desguarnecidos, hay desalmados que dan rienda suelta a su instinto de matar. Vengo dolorido. Dolorido por esa España que se desmorona y que tardará siglos en volver a ser la España que fue. Allí el intelectual corre un peligro inminente. Puede ser eliminado en cualquier momento; por otra parte, el intelectual queda señalado para siempre una vez que ha expuesto sus ideas y, por lo tanto, perseguido por uno u otro bando mientras siga floreciendo el odio que provoca el cisma. Allí el odio se respira: en el chauffeur que a uno le lleva, en el mozo que a uno le sirve en el restaurant, en el transeúnte que nos soslaya, en la misma gente que vive en los departamentos fronteros al nuestro. Todo es recelo, todo es horror a que en pocos minutos el que traía el saludo cotidiano aparezca con un fusil y nos lleva a "dar el paseíto" del que no se vuelve.
-Yo me mantuve en mi casa a la expectativa. Salía durante el día. Por la tarde ya me resguardaba. Llegué a fabricarme una trinchera con colchones y ejemplares de un diccionario de muchos tomos. En el patiecito posterior de la casa, eché y mantuve siempre pronta una cuerda llena de nudos hechos por mí mismo, por la que pensaba descolgarme en cuanto cediese la trinchera que guarnecía la entrada. Felizmente, mi condición de cofundador del "P.E.N. Club" español hizo que pudiese argumentar lo del congreso de Buenos Aires para obtener un pasaporte expedido por el Gobierno de Madrid. Salimos de allí el 15 de Agosto. Ahora la cosa era peor; había que atravesar España. Ya en pleno Madrid, en la estación de Mediodía, hubiera pasado trabajos para franquear el acceso a los andenes si uno de los guardias allí apostados, radio-oyente de mis cotidianas charlas por el micrófono, no me hubiese facilitado la salida. Desde allí, en tren, hasta Cádiz, y después, en un barco de carga italiano, hasta Marsella. De Marsella a Burdeos y en Burdeos nos metimos en el "Belle Isle" que, después de una accidentada travesía, nos ha traído al Río de la Plata, del que es oriunda mi mujer y donde yo encuentro, después de tanto ambicionarlo, como una apariencia de España, con nuestro propio idioma y las gentes semejantes a las nuestras. Ahora voy a Buenos Aires donde pienso reanudar mi carrera de escritor y charlista por radio. Ya estoy contratado por una estación argentina. Mis colaboraciones para los diarios extranjeros, las atenderé desde allí.
-Es difícil vaticinar cuándo terminará esta lucha. Lo indudable es que la República Española tiene fuerzas vitales suficientes como para salir intacta, corresponda a quien corresponda la victoria. No creo que allí haya temor de gobierno comunista. La misma "Pasionaria" ha declarado que España no está preparada para ese género de gobierno. Tampoco creo que se precipite la monarquía, en caso de triunfar los que luchan contra el actual gobierno. El hecho de haberse alejado la fecha de término de la guerra, que al comenzar pareció próxima, hizo que se modificara poco a poco la ideología que les animaba.
-Lo de España, en conclusión, es un tremendo drama pasional en el que los intelectuales van a quedar desplazados durante mucho tiempo. Cuando la violencia de la vida obra con el rigor que está obrando en España, todas nuestras ideas se espantan en vuelo hacia horizontes que, afortunadamente, existen en algún sitio.
Dimos por terminada la entrevista. El señor Gómez de la Serna y su señora esposa, Dña. Luisa Sofovich, destacada intelectual argentina que acaba de publicar "La gruta artificial", fueron huéspedes del poeta Jules Supervielle, en cuya casa cenaron anoche. El "Belle Isle" partirá para Buenos Aires a la hora de salir nuestro diario.
Un periodista del diario bonaerense Crítica también se encontraba en el muelle. El día 23 saldría su entrevista "'Lo de España supera a la Iliada', expresa el creador de la greguería", en la que Gómez de la Serna volvió a comentar las dificultades que había vivido en la zona republicana: "No soy un Prometeo frustrado", señalaba -en referencia a la revista Prometeo que dirigió en su juventud-, "ni tengo, tampoco, vocación de mártir, y ni aunque sepa de antemano que me va a tutear Esquilo, he de ofrecer el espectáculo de ser atado a una roca por una doctrina más o menos buena". Hablaba de la confusión de la vida en Madrid y de la vuelta de los "niños góticos". En esas circunstancias, no había más remedio -al parecer- que "salir de la torre de marfil" pero Gómez de la Serna, temeroso de verse afectado por las "parcialidades ideológicas de ambos extremos", decidió que lo más importante era "permanecer puro" y abandonar España. En efecto, decía, eran tiempos complicados para todos los intelectuales españoles [se refería, en realidad, a los de su propia generación, ajenos a la polarización ideológica de los más jóvenes]. Ortega y Gasset se marchó porque no se sentía seguro en Madrid; Marañón envió su familia a Portugal; Pío Baroja logró escapar a Francia; a Unamuno "le obligaron bajo amenazas a subscribir un manifiesto reaccionario"; a Lorca lo mató "un fanático del general Mola". Mientras tanto, en la zona republicana Muñoz Seco "está preso porque se jactaba de ser monárquico" y lo mismo había pasado con Ramiro de Maeztu (ambos serían fusilados en los meses siguientes).
Estas declaraciones de Gómez de la Serna deben de haber sorprendido a muchos lectores de Buenos Aires, donde hubo un apoyo popular masivo -muy notorio en círculos intelectuales- a la lucha de la República española contra Franco. Sugerir que los intelectuales de España no apoyaban el gobierno, como había hecho el diario La Nación dos semanas antes, en un artículo titulado "Todos los escritores españoles están en cierto modo prisioneros" (7 de septiembre), formaba parte de la propaganda derechista o abiertamente fascista. Asimismo, hablar del descontrol, del miedo y de las muertes en Madrid sonaba como burda manipulación para un público lector encandilado con el heroísmo de la lucha popular en defensa de la ciudad.
La sospecha de que Gómez de la Serna simpatizara con Franco empezó con su llegada a América. No es sorprendente, por tanto, que sus declaraciones a Crítica del día siguiente, cuando pisó tierra argentina, fueran de otra índole. "Estoy con Azaña", dijo, y así se tituló la breve entrevista que sería publicada el día 24. Además, afirmó, si el "Belle Isle" hubiese tocado Galicia o Portugal, "me agarran y me fusilan...". Gómez de la Serna estaba empezando a manejarse sobre la difícil cuerda floja que seguiría recorriendo durante los largos años que viviría en Buenos Aires: cómo mantenerse a flote en Argentina sin suscitar la hostilidad de la izquierda y, a la vez, cómo evitar una condena explícita de Franco, que podría cerrarle las puertas de España para siempre. Consciente ya, tal vez, de esas dificultades, mostró un rostro serio a los periodistas bonaerenses que acudieron al puerto el 23 de septiembre. Y cuando le preguntaron "¿Con qué greguería desembarca Usted?", contestó: "Ahora no es momento de greguerías".
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