En mayo de 1937, recién llegado a París después de su gira de conferencias por el Cono Sur, Gregorio Marañón escribió al Conde de Romanones: "Mi viaje a América ha sido admirable. Sé que no por mí, sino por lo que representaba, la gente -la oficial y la de la calle- se ha excedido en el entusiasmo. En cuarenta días en que he estado allí he dado ¡44 conferencias!".
En Uruguay, Argentina y Chile, sin embargo, hubo no sólo entusiasmo, sino polémica y ardientes protestas de intelectuales y estudiantes, porque ¿qué era, exactamente, "lo que representaba" Marañón? Más allá de su prestigio como científico, y por mucho que negaran los organizadores del viaje el carácter político de la invitación, pesaba la postura del científico sobre la República española y la guerra civil, una postura que había cambiado radicalmente después de su abandono de España a finales de 1936. De ahí que, mientras algunos lo celebraban como el "sabio Marañón" y un "emblema de la raza", para otros -muchos más- fuese un "Judas", un traidor a la República española que se había vendido al "fascismo".
En Uruguay, el país cuyo gobierno cursó la invitación y recibió al científico con grandes honores, la visita fue un acontecimiento central. Sirvió como legitimación de una política gubernamental favorable a Franco y dio lugar en la prensa, y en un campo intelectual altamente politizado, a un crispado debate en torno a Marañón.
En el Río de la Plata, la guerra civil solía verse en términos del viejo conflicto entre la civilización y la barbarie. ¿Quiénes eran los bárbaros? ¿Los que incendiaban las iglesias y mataban a los curas o los que bombardeaban el Prado, la Biblioteca Nacional y las mujeres, los niños y los ancianos de Madrid? La muerte de Lorca y el tardío arrepentimiento de Unamuno (venceréis pero no convenceréis), así como las imágenes de las víctimas en los bombardeos y de las labores de "defensa de la cultura" del gobierno de Madrid inclinaban las simpatías hacia la República. Llegaban noticias, eso sí, de que después del manifiesto "lealista" firmado a finales de julio por diez intelectuales de la Generación del 98, varios de ellos -como Ortega y Gasset, Juan Ramón Jiménez y Ramón Pérez de Ayala- habían abandonado Madrid en cuanto pudieron. Por eso, a finales de octubre, los simpatizantes republicanos del Río de la Plata escuchaban con júbilo las alocuciones radiofónicas dirigidas a Hispanoamérica por Marañón, el leal Marañón: "El espectáculo de la pasión enardecida del pueblo español produce una inmensa emoción -decía-. Sin una duda, sin un egoísmo, ni los más justificados por los imperativos de la Naturaleza, el pueblo se ha puesto de pie y mantiene su ideal con un heroísmo tenso y sin fallas, a prueba de todo sacrificio". Y cuando el médico recibió una invitación de Uruguay, respondió aparentemente con orgullo: "Madrid. -Mussio Fournier. Montevideo. Agradecidísimo honrosa distinción. Mi deber de español es quedarme en España. -Marañón".
A pesar de esas muestras de "lealtad", en los últimos días de 1936 Marañón abandonó España y, recién instalado en París, no tardó en confesar públicamente el "error" de su apoyo a la República. "He sido engañado. Me he equivocado", declaró en Le Petit Parisien, y denunció las amenazas que él y otros intelectuales habían sufrido en la zona "roja".
Al enterarse de su llegada a París, el ministro de Salud Pública de Uruguay -un antiguo compañero de estudios de Marañón- Juan César Mussio Fournier reiteró su invitación de octubre y el 5 de febrero de 1937 el diario oficialista El Pueblo -cuyo dueño era el propio dictador Gabriel Terra- anunció la inminente visita a Montevideo del español. Una semana después. el mismo periódico publicó, en el lugar de honor de su última página, una primicia: "Ante la más monstruosa de las pedanterías del crimen", un artículo escrito exclusivamente para El Pueblo. Se trataba, por primera vez en América, de un testimonio explícito del nuevo Marañón.
El científico, en sus palabras al público uruguayo, se mostró desde el inicio más desafiante que arrepentido por sus supuestos errores, afirmando que él -como la mayoría de los "republicanos del 14 de abril"- nunca había apoyado el Frente Popular, que triunfó en las elecciones de febrero de 1936 pero a cuyas manos "la España liberal, cordial y clara que deseamos unos cuantos, ha muerto". Ahora, casi todos esos antiguos republicanos, incluyendo a los "hombres de izquierda no moscovizados", habían salido de España, "unos con el pretexto de cargos diplomáticos, otros exhibiendo, lealmente y sin sueldos, su desilusión"; y si aún permanecía en la presidencia Manuel Azaña, lo hacía "arrastrado por el torbellino que ha acabado por hacerle desaparecer políticamente". Marañón llegaba así a la conclusión radical: "Hoy quedan en la España roja, exclusivamente los marxistas y sus prisioneros".
Según Marañón, los "revolucionarios españoles" habían convertido su país en un "hermano gemelo del ruso", una imítación esperpéntica -y monstruosa en su pedantería- de la parafernalia y la crueldad soviéticas. Él mismo había experimentado, en dos checas madrileñas, una petulancia insoportable y la disolución de las jerarquías intelectuales. En tales circunstancias, ¿cómo no reaccionar? En una alusión implícita a Ortega y Gasset, Pérez de Ayala y Juan Ramón Jiménez (que pronto divulgaría, desde tierras americanas, su continuada lealtad a la República), afirmaba no comprender a los intelectuales que habían dejado España pero "no se atreven a decir las razones de su destierro", una actitud que le sugería "tres cosas: miedo, vanidad, habilidad". Él, en cambio, estaba dispuesto a superar el miedo y contar no sólo sus vivencias sino también la transformación ideológica que éstas habían acarreado. Ser liberal ya no tenía sentido para un español; lo que había que hacer era luchar contra el comunismo.
Esta postura de Marañón -un hombre cuyo prestigio como republicano había sido coreado por la izquierda durante los primeros meses de la guerra civil- servía para refrendar la política de Gabriel Terra (que había roto relaciones con la República) y de su diario El Pueblo. El enemigo era el comunismo y ese enemigo no se limitaba al campo de batalla de la península; también existía en Uruguay. El propio Marañón pedía, en su artículo, que "nuestra lección -y nuestra contrición- sirvan para salvar a otros pueblos y, sobre todo, a los de nuestra raza".
Durante las semanas siguientes -Marañón desembarcaría en Montevideo el día 12 de marzo-, la visita inminente del científico radicalizó aún más las diferencias ideológicas que dividían Uruguay, y sobre todo a los intelectuales uruguayos. El Gobierno se preparó para recibir al científico con honores; la izquierda para asegurarse de que a cada paso de su visita lo acompañaran las protestas, los gritos y los abucheos.
Estando Uruguay bajo una dictadura afín al fascismo, el clima político de la época no parece tan irrespirable. Quiero decir que aunque seguramente en minoría, los sectores de la prensa partidarios de la República pudieron expresarse, y pudieron expresar su indignación por la visita de Marañón. Es una primera impresión, desearía conocer más del contexto.
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