El título que encabeza el presente trabajo pareciera una provocación, y lo es en cierto modo, pues es bien sabido que Lorca no murió en Puerto Rico, que el crimen fue en Granada, ¡en su Granada! , gritaría a los cuatro vientos Antonio Machado, con voz doliente, en un poema inmortal a la muerte de su querido Federico. Es más, el autor del Romancero gitano nunca llegó a pisar la que otro andaluz universal, Juan Ramón Jiménez, llamó la “Isla de la Simpatía”, en la que el moguereño vivió felizmente buena parte de su exilio. No, Lorca nunca estuvo en Puerto Rico, tal como recalca, a modo de queja, pero ya sin remedio entonces, el puertorriqueño Joaquín López López en su poema elegiaco “Adiós, Federico”, en el que me detendré más adelante: “¡Y pensar que no llegaste / a visitar estas playas / donde la ola que besa / es la ola que acompaña!”. En realidad, más allá de un burdo ejercicio de persuasión más propio del periodismo sensacionalista que del rigor académico, pero al cabo efectivo, el
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