Mario Campaña, "Niall Binns, la guerra civil española y la vida intelectual en Hispanoamérica" (entrevista)

(En el último número de la Guaraguao. Revista de Cultura Latinoamericana, se publicó esta entrevista sobre el proyecto I+D+i «El impacto de la guerra civil española en la vida intelectual de Hispanoamérica»)

     M.C. Me gustaría que contaras a los lectores de Guaraguao cómo nació este proyecto, cómo se gestó, cómo fue concebido, cuál fue la circunstancia, la idea o la finalidad originaria. Y cuáles fueron los primeros protocolos dispuestos y métodos adoptados.

     N.B. Vine a España por primera vez en el verano de 1987. Fue un viaje azaroso. Con dos amigos íbamos a celebrar el fin de nuestras carreras universitarias con un par de semanas en el Mediterráneo. Así lo hacían los estudiantes británicos entonces; así, me parece, siguen haciéndolo, o seguirían haciéndolo si no fuera por la covid. En el Evening Standard se publicaban cada día los vuelos de última hora, con grandes gangas; buscamos el más barato, que era para salir esa misma noche, con destino Gerona. «Let’s go to Italy», dijimos, pero luego, mientras cada uno en su casa respectiva preparábamos nuestras mochilas, uno de mis amigos dijo: «Gerona isn’t in Italy. We’re going to Spain». Gerona-Geneva-Genoa. Nuestra insular formación geográfica no daba para tanto. 

     Salí esa noche de Gatwick con tres libros comprados a toda velocidad: Homage to Catalonia, de Orwell, For Whom the Bell Tolls, de Hemingway y As I Walked out One Midsummer Morning, de Laurie Lee. A veces pienso qué libros habría llevado conmigo si el viaje hubiese sido a Génova, si Italia me hubiese cautivado tanto como me cautivaron mis días en Figueras, Colera, Ripoll, Barcelona y Gerona. Al final de esas dos semanas regresé a Londres, preparé una maleta y vine para quedarme en España. La fascinación por la guerra civil nació en mí en ese primer contacto con el mundo hispano; fui sacando fotos de las pintadas antifranquistas y antifascistas que abundaban en los muros catalanes, y seguiría haciéndolo cuando me instalé en Madrid. Junto a la academia donde trabajaba dando clases de inglés en Majadahonda, había una vieja iglesia cubierta de grafitis anarco-comunistas (con un despliegue de símbolos que me costó aprender), y en primerísimo lugar, en grandes letras rojas, un «Dios ha muerto» que los tenaces religiosos, cada dos o tres semanas, cubrían con cal, aunque al día siguiente, infaliblemente, estaba ahí de nuevo: «Dios ha muerto». Recuerdo otro grafiti de esa iglesia: «Desconfía de Dios; Franco está en el cielo»; y también una pintada que encontré y fotografié en el baño de un bar, con un símbolo ultra de otra índole que no supe, en primer momento, interpretar: «Juan Carlos, Sofía, el orca está vacía». Recuerdo mi perplejidad al ver en mi diccionario que la orca era lo que en inglés se llama killer whale; tardé en darme cuenta de que el blaspiñarista de turno simplemente no sabía escribir. 

     Mientras tanto, leía con voracidad a Hugh Thomas y Raymond Carr y Paul Preston e Ian Gibson. Leía, también, a Pablo Neruda. Tenía una antología bilingüe de su obra, había encontrado sus memorias en inglés, y resultó también que era vecino de su antiguo piso en la Casa de las Flores de Argüelles. 

     Entre 1991 y 1993, volví a los estudios y cursé un Magister en Letras en Santiago de Chile. Era vecino de la casa de Neruda en la calle Fernando Márquez de la Plata, y me emocionaban hasta el tuétano Residencia en la tierra y la ruptura que había con ese libro en España en el corazón: «Preguntaréis: ¿y dónde están las lilas?»... Me emocionaba, también, ver cómo la historia se había  repetido tan terriblemente para Neruda, que conoció la República española para luego ver el triunfo de los generales, y que vivió, tres décadas después, la Unidad Popular de Salvador Allende pero luego, también, el triunfo de los generales que terminaría con su propia muerte, la de su amigo Allende, y la de tantos y tantos otros. 


     Después de doctorarme por la Complutense en 1997, tuve la suerte de que me llamaran a dar clases en el campus que tiene en Madrid la Saint Louis University, donde me surgió la oportunidad de dar clases no solo de lengua sino también de literatura de lengua inglesa. Me dieron permiso para inventar e impartir un curso sobre el impacto de la guerra española en escritores extranjeros. La emoción de las primeras clases para un profesor novato es irrepetible. No hay horas en el día, ni días en la semana suficientes para todo lo que hay que leer y reflexionar y preparar. Junté textos estadounidenses (Hemingway, Dos Passos, Dorothy Parker, Langston Hughes), británicos (Orwell, Lee, Auden y Spender) y franceses (Malraux, Paul Claudel, Simone Weil) con poemas de Neruda y Vallejo. Fue una clase memorable. Luego, cuando comencé a dar clases en la Complutense, a finales de 1999, pude ofrecer un curso de postgrado dedicado al impacto de la guerra española en Hispanoamérica. Todas estas lecturas y clases se cristalizaron en un libro, La llamada de España. Escritores extranjeros en la guerra civil, que publiqué en 2004 en la editorial barcelonesa Montesinos.

     Creo que estoy a punto de responder a tu pregunta, Mario. Mientras escribía ese libro, encontré la novela de un importante escritor guayaquileño, Demetrio Aguilera-Malta, titulada ¡Madrid! Reportaje novelado de una retaguardia heroica. Leí por ahí (todo lo que encontraba eran noticias inciertas) que había llegado a España, a comienzos de julio de 1936, con una beca para estudiar con Miguel de Unamuno en Salamanca; leí que la novela tuvo tres ediciones españolas antes de que terminara 1936 (no sé si alguna fue de 1936; los ejemplares que he visto, de la editorial barcelonesa Orión, son de 1937); encontré también una obra de teatro suya, escrita a su regreso a Ecuador: España leal (tragedia en un prólogo y tres actos). Había mucho de enigmático en esa estancia de Aguilera-Malta en España, y me fascinaba la idea de una pesquisa intelectual en las hemerotecas de ultramar, así que cuando surgió la oportunidad de que pidiera una beca de la Complutense para jóvenes investigadores, la pedí para investigar sobre el impacto de la guerra civil española en Ecuador. Viajé a Quito, luego a Guayaquil, Loja y Cuenca, convencido de que iba a encontrar en los diarios artículos y reportajes de Aguilera-Malta. No fue así, pero fue mucho más. Encontré un fervor intelectual en torno a la guerra de España verdaderamente asombroso. Descubrí y leí a docenas de escritores que antes del viaje me eran totalmente desconocidos. Regresé a España con centenares, probablemente miles de fotocopias, y con varios millares de fotos que había tomado de diarios y revistas. Lo más destacado, sin duda, la joya absoluta, era Nuestra España, una antología de 1938 con prólogo de Benjamín Carrión, poemas de veinte autores y grabados de seis artistas plásticos, en homenaje a la República española. Pero todo, todo, me parecía apasionante.

     Ese viaje fue la semilla del proyecto I+D, más amplio en su ambición (nuestra intención ha sido, poco a poco, la de cubrir toda Hispanoamérica), que recibió financiación del Ministerio por primera vez en 2007 y en el que seguimos trabajando hoy. 

     (Para seguir leyendo, véase Guaraguao 68)

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