La prensa ecuatoriana y la guerra civil española. (4) "El Día"

Fundado en 1913, el diario quiteño El Día fue el más izquierdista de los grandes rotativos ecuatorianos de los años treinta. El director Ricardo Jaramillo seguiría al mando del periódico desde el primer número hasta su clausura en 1946.

Después del abortado levantamiento contra el dictador Federico Páez que tuvo lugar el día 28 de noviembre de 1936, El Día fue clausurado durante varios días y Ricardo Jaramillo enviado brevemente al Panóptico de Quito. Al volver a publicarse, el día 4 de diciembre, el diario tuvo que incorporar en su portada un texto de Páez dirigido "a la Nación", en el que preparaba el país para una persecución o "depuración" despiadada de la izquierda ecuatoriana:

ECUATORIANOS: cuantos pretendéis el desarrollo normal y progresivo de las fuerzas vivas del país; cuantos conserváis con orgullo el sentimiento nacional y la emoción del patriotismo; cuantos sentís que el honor y la dignidad son derechos humanos que definen vuestra personalidad, como lo son los afectos de familia y de hogar, cuya extirpación se pretende, es el momento preciso de aunar esfuerzos, pueblo y gobierno, para la obra salvadora, de depuración social, de depuración ideológica, sin distinción de matices políticos, cuando del bien y de la vida misma de
la Patria se trata, de la Patria libre, autónoma, decorosa y sana, con los atributos y derechos que arrancan de su Historia, de sus tradiciones y de sus glorias.

L
a persecución de la prensa iniciada por Páez con el encarcelamiento de Jaramillo y la expulsión del país de Adolfo H. Simmonds, director de El Telégrafo, no menguó durante los meses siguientes y el 27 de junio de 1937, El Día fue clausurado de nuevo y Jaramillo multado por la “incalificable traición a la Patria” (es decir, el error inoportuno) de hablar de Hualtaco, uno de los pueblos fronterizos bajo litigio en el conflicto con el Perú, como una población “peruana”.

No es sorprendente, por tanto, que El Día celebrara con júbilo el golpe de estado que provocó la renuncia de Páez, en octubre de 1937, y la llegada al poder del general Alberto Enríquez Gallo. Como señaló el periódico, en la

portada de su número del 23 de octubre, el nuevo movimiento militar servía para poner fin a la corrupción e incompetencia del gobierno anterior, y sobre todo a la pérdida de libertades. En efecto, sentenciaba el diario, “el pueblo, que venía sufriendo por una falta absoluta de libertad, con la vigencia de la Ley de Seguridad Social, que ponía cortapisas a la prensa y a todas las manifestaciones del pensamiento”, ahora se serenaría al enterarse de la derogatoria de esta ley.

El Día publicó numerosos editoriales sobre España y hubo otros muchos textos anónimos sobre la guerra en la página editorial. Podrían pertenecer a

escritores afines a El Día, como Jorge Reyes, pero casi siempre coincidían, al menos ideológicamente, con la línea impuesta desde arriba por Ricardo Jaramillo. El texto anónimo “Día a día. Una severa lección de Historia”, publicado el 6 de septiembre de 1936, es una buena muestra del tono anticonservador y anticlerical del periódico y de su defensa del derecho del pueblo de progresar. La guerra civil enseñaba al mundo que “cuando a los pueblos se les cierra las vías legales de su progreso, éste se retrasará, pero al fin estalla con la violencia de los cuerpos secularmente oprimidos”; por eso, España era un “espejo” en el que debían mirarse “nuestros conservadores, para que sepan a qué atenerse en el futuro inmediato”.

Inevitablemente, en los meses duros de represión en Ecuador –desde finales de noviembre de 1936 hasta agosto de 1937– hubo pocas noticias sobre un tema políticamente tan delicado como la guerra civil, pero El Día se mantendría firme siempre en su defensa de la República española.

Ya en los últimos meses de la guerra, luchó para que Ecuador no reconociera el "gobierno insurgente" de Francisco Franco, y siguió denunciando la "no intervención" de las potencias democráticas y la "invasión" de España perpetrada por Alemania e Italia (la derecha ecuatoriana, de manera igualmente tendenciosa, afirmaba lo contrario: que era la Unión Soviética la que estaba "invadiendo" España, en complicidad con el gobierno republicano).

Así lo expresaba un editorial de El Día titulado "Las banderas de Barcelona", que fue publicado el 27 de enero de 1939 a raíz de las noticias de la caída de la capital catalana, y en el que se lamentaba la "liquidación de España" y el "problema" que ésta supondría para "la suerte de la cultura universal":

El silencio hasta hoy inmutable del monumento de Cristóbal Colón debe haberse resentido con los ecos de un bombardeo que buscaba la destrucción de Barcelona. Hace cinco siglos el Almirante salió rumbo a las Indias occidentales en busca de la gloria. Y hoy pasa por sus plantas la victoria de los invasores. En aquella época España se engrandeció con esas aventuras inmortales. Pero ahora también se está glorificando con la derrota. Las crónicas de la guerra que en el futuro deben aclarar toda la historia de esta tragedia, nos hablarán, seguramente con orgullo, de este bullir de la sangre española que si ayer tuvo héroes para el descubrimiento, en el presente se ha definido como la soberana vitalidad de un pueblo que ha luchado y padecido en la procura de mejores destinos.

Con la prolongación de la guerra han venido a desvanecerse unos cuantos mitos que surgieron al comienzo. No es verdad, y esto hay que decirlo muy alto, que en España se haya tratado de combatir al comunismo salvaje, destructor e infernal. No es verdad tampoco que se haya combatido en nombre de los derechos españoles. En España lo único que ha sucedido es una invasión, una penetración extranjera que tendrá denuncias claras y terminantes, cuando todo el territorio se encuentre en poder de los rebeldes; y contra esa invasión, tenía que levantarse todo el pueblo, sin distinción de banderías políticas. Pero el pueblo, con escasez de armamentos ha sucumbido ante las máquinas de guerra. Las máquinas le han vencido. Las máquinas han destruido España. Y es esto lo duro y cruel de la historia que la estamos viendo, lo que no podemos comprender, ni explicar, sin que se resienta nuestra dignidad de hombres y nuestra ingenuidad de americanos.

Sin embargo, Barcelona, abatida y rendida, seguirá siendo un símbolo y una bandera de libertad ante la que nos inclinamos reverentes, con la pasión que tenemos para nuestros propios destinos.





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