El viaje a América de Gregorio Marañón, 1937. (2) La llegada a Montevideo

A la espera de la llegada de Gregorio Marañón, el diario del presidente Gabriel Terra El Pueblo publicó homenajes al científico por parte de médicos que habían estudiado con él en España. Carlos María Domínguez, por ejemplo, habló del amor al laboratorio de Marañón pero sobre todo de su cordialidad, y recordaba con cariño las "dos cátedras" del maestro: la primera en el Instituto de Patología Médica, la segunda en las "peñas" y sobre todo en el restaurante madrileño Botín. Allí, "al beber el vino castillejo con la mesura que imponen los 'dotores', se infiltra en el espíritu toda la leyenda del antiguo caserón y a la postre, el bálsamo de la cordialidad del sabio español nos invade, la guardamos celosamente para importarla en América".

La izquierda, mientras tanto, reaccionó a las declaraciones de Marañón contra la República con una mezcla de incredulidad e indignación. Al poeta y dirigente socialista Emilio Frugoni, que había sido encarcelado y exiliado después del golpe de estado de Gabriel Terra de 1933, le extrañaba que Marañón parecía no ver la alianza militar de Franco con Mussolini y Hitler, y parecía confiar en que la derrota de la República daría lugar al "respeto a los derechos de todos y el orden necesario al progreso".

Atahualpa del Cioppo, que se convertiría más tarde en una figura central del teatro uruguayo, contrastaba las actitudes ante la guerra civil de Marañón y Miguel de Unamuno. Notaba la misma "incongruencia", las mismas contradicciones en los dos intelectuales, pero señalaba que Unamuno había sabido morir con dignidad, mientras que el científico "cobarde" y "desertor" estaba en esos mismos instantes "surcando mares hacia puerto uruguayo". Le auguraba una tórrida recepción en Montevideo: "nos resulta fácil augurar que entre las pocas cosas que el doctor Marañón se llevará del Uruguay, estará la evidencia de que en espíritu y en conciencia, los hombres libres de este país, desde los más altos representantes de su intelectualidad hasta los más modestos obreros, están y permanecerán solidarios con el gobierno constitucional de la República española y con su heroico pueblo".

El 12 de marzo de 1937 Marañón y su hija Mabel fueron recibidos en el puerto de Montevideo por una avalancha de médicos y fotógrafos, y de manera muy especial por el periodista "Wing" (Luis Alfredo Sciutto), que acababa de pasar un mes una cárcel valenciana y compartía el antirrepublicanismo radical del científico.

Durante la semana siguiente Marañón fue recibido por el presidente Terra y pronunció numerosas conferencias, sobre temas tan diversos como "Los factores hormonales del hombre", "La psicología del destino" y "Observaciones sobre la medicina actual".

La reunión central de la semana fue un acto académico celebrado el lunes 15 por la tarde en el atiborrado Salón de Actos del Ministerio de Salud Pública. El ministro Juan César Mussio Fournier ofreció la bienvenida al "ilustre maestro", que llegaba a Uruguay desgarrado por un dolor "que es también el nuestro, ¿qué digo?, ¿no es acaso el dolor del mundo?". El discurso de recepción fue pronunciado por Carlos Reyles, el último sobreviviente de la gran generación modernista de Uruguay (José Enrique Rodó, Julio Herrera y Reissig, Delmira Agustini), un hombre que había pasado largas temporadas en España y había sido nombrado "hijo adoptivo" de Sevilla después del éxito de su novela de 1922, El embrujo de Sevilla. Hombre conservador, gran hacendado venido a menos, fue de los pocos intelectuales uruguayos que apoyaron abiertamente a Franco. Su discurso, titulado "La voz extinguida de Unamuno renace en Marañón", celebraba el valor que habían tenido estos dos viejos republicanos a la hora de denunciar "sin eufemismos" el "despotismo rojo" y el "morbo moscovita" que estaban intoxicando a las juventudes hispanas.

Marañón respondió a sus dos anfitriones afirmando que se sentía "ingrávido, como si acabase de nuevo de nacer". Defendiendo su derecho, como hombre "antipolítico", a permanecer leal no a un credo sino a su propia conciencia, mantenía que para un español ya no tenía sentido ser "liberal": "la humanidad ha llamado liberal a tantas cosas, y a algunas tan repugnantes, que más vale que dejemos para siempre el nombre en la vitrina de un museo arqueológico".

En el Salón de Actos del Ministerio Marañón estaba entre amigos. Por fuera del recinto, sin embargo, un público enardecido de estudiantes e intelectuales protestaba su presencia. La Asociación de Estudiantes de Medicina firmó un manifiesto de repudio a un intelectual que estaba mostrando en Uruguay "su verdadera condición de propagandista político al servicio de la reacción". La Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), por su parte, firmó otro manifiesto que lo declaraba persona non grata, ya que "el doctor Marañón ha perdido su jerarquía en el campo de la cultura. Los intelectuales uruguayos no tienen interés ni en escuchar su palabra ni en estrechar su mano".

Una de las reacciones más destacadas surgió del entorno del periódico quincenario Acción, cuyo director Carlos Quijano era una de las grandes figuras intelectuales de Uruguay, militante del nacionalismo independiente y futuro director -desde junio de 1939- de la prestigiosa revista Marcha. En un artículo anónimo, "Marañón y nuestra dictadura", se recordaba la importancia que había tenido Marañón como luchador contra la dictadura de Primo de Rivera y como un "querido maestro de democracia, de humanismo, de libertad espiritual". En la época del golpe de estado uruguayo de 1933 Marañón se convirtió, por tanto, en "un nombre limpio y presitigioso a cuya autoridad se recurrió con frecuencia en la lucha diaria contra el régimen". Por eso, poco antes del golpe, Acción había transcrito el prólogo sobre las dictaduras publicado por Marañón en su libro Amor, conveniencia y eugenesia, y en la portada del primer número de Acción posterior al golpe, después de una censura de tres meses, "estampamos una frase de aquel prólogo que decía: 'Para mí todas las dictaduras son plagas que se abaten sobre los pueblos; tal vez, como las plagas de Dios, cuando los pueblos han hecho todo lo posible por merecerlas'".

Cuánto habían cambiado las cosas. El artículo de Acción de marzo de 1937 resume perfectamente el dolor y el desconcierto que tantos intelectuales uruguayos sintieron, al ver a Marañón defender a Franco y recibir los agasajos de la dictadura de Gabriel Terra:

"Marañón ignorará quizá que en algún momento fue una de nuestras banderas, y más valdría que hasta nosotros lo ignoráramos. Pero lo que no ignora, ciertamente, es la clase de gobierno en cuyos brazos -y en cuya bolsa- se ha entregado. Y eso es algo que no se lo podemos perdonar. He ahí por qué, aunque no hubiese sido un Judas para su heroico pueblo, bastaría esta connivencia suya con la dictadura uruguaya, dictadura de latrocinios, de fraudes y asesinatos, para que su personalidad moral mereciese nuestro repudio definitivo. No se crea que es sin dolor que marcamos al huésped de hoy con el estigma de traidor. Que no en balde él fue para nosotros durante tanto tiempo un guía querido y un compañero que sentíamos muy cerca en la trinchera común. Pero así como el soldado, apretándose los dientes, pasa sobre los cadáveres de sus camaradas en el avance victorioso, seríamos indignos de la gran causa de la libertad humana, y comprometeríamos su triunfo, si no hiciéramos lo mismo con estos cadáveres morales que, de tanto en tanto, junto a nosotros, cruzan su cobarde lealtad".

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