Olga Muñoz Carrasco, “Encender el silencio: poetas peruanas frente a la guerra civil española”

Se ofrece a continuación un fragmento del artículo de Olga Muñoz Carrasco dedicado a las poetas peruanas que escribieron sobre la guerra civil española, publicado en Casa en que nunca he sido extraña: Las poetas hispanoamericanas: identidades, feminismos, poéticas (Siglos XIX–XXI) / Milena Rodríguez Gutiérrez (ed. lit.), New York, Peter Lang, 2017, págs. 60-69.

 

También las escritoras peruanas detuvieron su mirada en España en esos años. Posiblemente el máximo exponente en ese sentido lo constituya la poeta Magda Portal, cuya preocupación por la guerra civil se inserta en una trayectoria de compromiso político que la llevó de su país a Bolivia, Cuba, México y Estados Unidos, siempre involucrándose personalmente en los diferentes contextos históricos que le tocó encarar. Portal se había internado en la vanguardia en los años veinte con su libro Una esperanza i el mar (1927), donde la experimentación se desplegaba desde una perspectiva de mujer sin abandonar la reivindicación política. Eterna exiliada, sufrió la cárcel y la clandestinidad por su pertenencia al APRA, y entre 1936 y 1938 vivió en Lima bajo vigilancia, hasta conseguir huir a Chile en noviembre de 1938.

                                   

Precisamente en ese año publica Portal su poema “España nuestra”, aparecido en Costa Rica en Repertorio Americano. Pocos textos de los cientos recogidos en las recopilaciones mencionadas abordan de manera tan precisa y evocadora las complejas relaciones entre Hispanoamérica y España y, más en concreto, la espinosa postura de los escritores de izquierdas con respecto a una nación colonizadora y opresora que pasaba a convertirse en un territorio necesitado de auxilio pues, como diría Vallejo, estaba en ese momento “con su rigor, que es grande” (Vallejo Poesía 645):

Te odiaba España por tus frailes hipócritas y sombríos, por tus monarcas corrompidos, por tus blasones mojados de sangre, por la ignorancia y la abulia de tu pueblo, por tu orgullo inconstructivo y tu fanfarronería, y tu ocio, y tu sensualidad;

te odiaba con el viejo odio de mis indios, sacrificados al brutal zarpazo de tus conquistadores, por tus Pizarros y tus Almagros, que hollaron la tierra de los incas desgarrándola y sembrando la esclavitud y la muerte;

te odiaba por la herencia de tu sangre azul –sangre decrépita– que llevamos los americanos como una maldición y contra la que insurgimos negándola, para sentirnos dignos de nuestro destino;

te odiaba por tu quijotismo, ramplón, por tus fiestas toreras, primitivas y salvajes, por tus cancionetistas y tus cómicos;

te odiaba en fin, por tu chiste y tu sal, residuo frívolo de la decadencia de tus clases privilegiadas; pero ahora te amo España;

ahora te amo y me dueles como una llaga viva, con un continuo escozor en el corazón, como un desvelo más, el más largo y doloroso de todos;

te amo España por tu admirable reacción de vida ante la podredumbre de tus castas despóticas; por tu pueblo rebelde y heroico, que riega de sangre la tierra endurecida por siglos de indolencia y de canallería;

por tus milicianos, que marchan a la muerte y a la victoria –alegres– como a su primera fiesta; por tus poetas mártires y por tus artistas proletarios;

porque al fin resucitas de tu larga muerte como un lázaro tocado por la gracia de la libertad, y te reivindicas ante tus hermanos de América, que hoy vemos en ti el empujón heroico y la ruta sin claudicaciones;

porque ya no sueñas sueños mórbidos, sino que mantienes tus ojos en alto idealmente iluminados, pero tus pies de miliciano fuerte se asientan sobre la tierra firme en marchas regulares camino de la gloria;

te amo y ya no me avergüenzo de las gotas de tu sangre que corren por mis venas, porque quizá, quizá mi abuela española pudo haber sido también otra Pasionaria;

te amamos, España sangrante, España trágica, España nuestra que te alzas sobre tu pedestal de cadáveres más alta cada vez, sin chiste, sin carcajadas, sin toreros ni majas, seria y triste tal vez, pero apretando en los puños erguidos la bandera de la Libertad, que no arriarás jamás... (Portal 253)

    Se percibe claramente en el poema la imagen de España que compartían muchos intelectuales hispanoamericanos antes de la guerra: una España signada por el protagonismo de unas instituciones obsoletas –Iglesia y monarquía–, la violencia de su imposición en América y el salvajismo y mediocridad de la cultura y las costumbres populares… Pero siendo todo esto cierto –en ningún momento se niega la existencia de ese odio heredado–, en la segunda parte del poema aflora repentinamente una nueva España, dolorosa y entregada a la defensa de la libertad. La aceptación de la herencia española como elemento esencial en la formación de la identidad americana puede por fin consumarse, pues esta sangre de España es reclamada como impulso renacido contra una injusticia de siglos. Cabría añadir que esta identificación con el pueblo español que recorre toda América se establece en el Perú de manera más explícita como consecuencia de la situación del país durante esos años.

 Las escritoras peruanas (Magda Portal, Blanca del Prado, Catalina Recavarren de Zizold o Rosa Arciniega) ocuparon un espacio propio en relación con el panorama bélico de los años treinta, al igual que hicieron sus compatriotas. También ellas quisieron registrar la nueva España nacida de la sangre, y reconocerla como algo propio. Porque América, como sentenciaba Arciniega, “ha sentido lo que en ella hay de España; ha trocado aquella vaga sombra de vergüenza de ascendencia en orgullo de ascendencia” (Arciniega, España 1, 4).


(Para leer el artículo completo, véase “Encender el silencio: poetas peruanas frente a la guerra civil española”, en Casa en que nunca he sido extraña: Las poetas hispanoamericanas: identidades, feminismos, poéticas (Siglos XIX–XXI) / Milena Rodríguez Gutiérrez (ed. lit.), New York, Peter Lang, 2017, págs. 60-69).


Comentarios

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